Había una vez, en un lugar ni muy cercano ni muy lejano, un pequeño hechicero llamado Tupi. Tupi era tan pequeño que parecía que alguien lo había encogido por accidente y no sabía cómo devolverlo a su tamaño original. Tenía unos ojos enormes y brillantes, como faros en la noche, y una sonrisa cosida que daba un poco de yuyu, pero nada que no se pudiera soportar. Lo más notable de Tupi era su sombrero, un sombrero puntiagudo y gigantesco que parecía tener vida propia y, lo más importante, un sentido del humor un poco... retorcido.
Un día, Tupi decidió dar un paseo por el Bosque de los Susurros, un lugar donde nunca se sabía si los árboles estaban cuchicheando secretos o riéndose de ti. Mientras caminaba, el sombrero de Tupi comenzó a brillar y a emitir un sonido extraño, como si estuviera riéndose.
"¡Qué fastidio de charcos y sapos! ¿Qué te traes entre manos esta vez, sombrero loco?" preguntó Tupi, suspirando.
De repente, el sombrero se sacudió y lanzó un hechizo que convirtió el suelo del bosque en gelatina. Sí, gelatina. Tupi se encontró de pie en un mar ondulante de gelatina azul de limón, intentando no caerse.
"¡Esto es un berenjenal! Ahora el bosque es un postre gigante," murmuró Tupi, tratando de mantener el equilibrio. "Muy divertido, sombrero."
Tupi decidió que tenía que encontrar una manera de revertir el hechizo antes de que alguien más cayera en la trampa de gelatina. Sabía que el sombrero tenía una especie de lógica torcida para sus bromas, así que pensó en cuál podría ser la solución.
"Veamos, si el suelo es gelatina... ¿qué combate la gelatina?" Tupi se rascó la cabeza. "¡Calor! Necesito algo caliente."
Metió la mano en su sombrero y sacó un pequeño dragón, no más grande que un ratón. El dragón bostezó y lanzó una pequeña llama.
"¡Perfecto!" dijo Tupi, colocando al dragón sobre la gelatina. "Vamos, derrite esto."
El dragón comenzó a lanzar pequeñas llamas, derritiendo la gelatina y devolviendo el suelo a su estado original, aunque un poco pegajoso. Tupi suspiró aliviado, pero su alivio no duró mucho. El sombrero se sacudió de nuevo y esta vez hizo aparecer un grupo de murciélagos de peluche voladores, que comenzaron a revolotear alrededor de Tupi, cubriéndolo de confeti y risitas.
"¿En serio? ¡Esto es de lo más irritante!" Tupi agitó la mano, tratando de apartar a los murciélagos. "¡Esto es ridículo!"
Entonces, uno de los murciélagos se posó en el hombro de Tupi y habló: "Hola, soy Gary. No te preocupes, somos solo murciélagos de peluche. Venimos a contarte chistes. ¿Quieres escuchar uno?"
Tupi levantó una ceja. "¿En serio? Bueno, supongo que no tengo nada mejor que hacer. Adelante, Gary."
Gary, el murciélago, infló su pequeño pecho de peluche y dijo: "¿Qué hace una abeja en el gimnasio? ¡Zum-ba!"
Tupi parpadeó, incrédulo. "Eso fue terrible, Gary."
De repente, los murciélagos de peluche dejaron de revolotear y comenzaron a reírse de Tupi, no con él. Tupi se dio cuenta de que no eran aliados después de todo, sino una nueva trampa del sombrero.
"¡Basta ya! Esto es un destiflujo total," exclamó Tupi. Con un movimiento rápido, lanzó un hechizo que convirtió a los murciélagos de peluche en almohadas. Las almohadas cayeron al suelo con un suave 'plop', dejando a Tupi solo otra vez.
"Este sombrero me va a volver loco," murmuró Tupi, mirando su sombrero con exasperación.
Decidido a continuar su día a pesar de las travesuras del sombrero, Tupi siguió caminando por el bosque. Pero no pasó mucho tiempo antes de que el sombrero empezara a hacer de las suyas nuevamente. Esta vez, hizo aparecer un laberinto de setas cantantes que bloqueaban su camino, cada una entonando una melodía desafinada sobre galletas y leche.
"¡Por favor, ya es suficiente! Esto es un musilindro," gritó Tupi, intentando encontrar una salida del laberinto. Tras muchos rodeos y atajos, finalmente logró salir, agotado y con la cabeza zumbando por las canciones.
Pero el sombrero no se detuvo allí. Siguiente, un grupo de ardillas ninja apareció de la nada, lanzando nueces y haciendo acrobacias alrededor de Tupi. Aunque las ardillas eran pequeñas, eran rápidas y difíciles de esquivar.
"¡Ya no puedo más! ¡Esto es un descontrol mágico!" exclamó Tupi, lanzando otro hechizo que hizo que las ardillas se congelaran en el aire antes de desaparecer en una nube de purpurina.
Al final del día, completamente exhausto y cubierto de confeti, gelatina y purpurina, Tupi decidió que ya era suficiente por un día. Regresó a su pequeña cabaña en el bosque, con el sombrero todavía brillando y riéndose suavemente.
"Bueno, sombrero loco, hoy me has agotado. Creo que es hora de ir a dormir," dijo Tupi, quitándose el sombrero y colocándolo en una percha. "Mañana será otro día lleno de tus bromas, pero por ahora, necesito descansar."
Tupi se deslizó bajo sus mantas y cerró los ojos, con una sonrisa cansada en su rostro. Aunque su sombrero era travieso y un poco cruel, Tupi sabía que siempre habría una nueva aventura esperándole en el Bosque de los Susurros. Y quién sabe, tal vez mañana el sombrero decidiera darle un respiro... o tal vez no.