Había una vez, hace muchísimos años, en una época donde los grandes mamuts caminaban por la tierra y las cuevas eran los hogares más acogedores, un pequeño cavernícola llamado Riquitín. Aunque era más pequeño que los demás niños de su tribu, tenía un corazón gigante y una curiosa afición: contar piedras.
Riquitín pasaba horas y horas sentado frente a su colección de piedras de todas las formas y colores, contándolas una y otra vez. Para él, cada piedra tenía una historia especial y un lugar en su corazón.
Un día, mientras Riquitín contaba sus piedras, notó que faltaba una muy especial: la piedra lunar, una piedra brillante que parecía tener polvo de estrellas. Riquitín se puso muy triste y decidió emprender una aventura para encontrar su preciosa piedra.
En su viaje, Riquitín conoció a varios animales del bosque. Primero, un sabio búho que le enseñó a mirar las cosas desde diferentes perspectivas. Luego, una ágil ardilla que le mostró cómo saltar obstáculos y, por último, un amigable mamut que le enseñó la importancia de la amistad.
Con la ayuda de sus nuevos amigos, Riquitín cruzó ríos, trepó montañas y exploró oscuras cuevas. Finalmente, llegó a un valle donde brillaba una luz misteriosa. ¡Era su piedra lunar! Pero estaba en lo alto de un árbol gigante.
Con valentía y la ayuda de sus amigos, Riquitín escaló el árbol y recuperó su piedra. Al tenerla de nuevo, se dio cuenta de algo importante: aunque contar piedras era divertido, lo más valioso eran las amistades que había hecho en su aventura.
Riquitín regresó a su tribu, no solo como el cavernícola contador de piedras, sino también como un gran amigo de los animales del bosque. Desde ese día, compartió todas sus aventuras con los demás niños de la tribu, enseñándoles el valor de la amistad y la aventura.
Y así, Riquitín, el pequeño cavernícola, se convirtió en un gran héroe en su tribu, recordado no solo por sus piedras, sino también por su gran corazón y su valentía.