Lucas y Mateo se encontraban en el umbral de un gran viaje. Con el reloj de arena antiguo en sus manos, los dos amigos sintieron el peso de su nueva responsabilidad. En la quietud del molino, decidieron su primer destino: visitarían la época en la que el reloj de la plaza central fue construido, esperando descubrir por qué se diseñó para nunca marcar la medianoche.
Una tarde, con el crepúsculo tiñendo el cielo de tonos morados y naranjas, Lucas giró el reloj de arena. El mundo alrededor comenzó a desdibujarse, como si las mismas sombras del atardecer los envolvieran. Cuando la última mota de granos de arena cayó, los chicos se encontraron bajo el cielo estrellado de una noche de hace muchos siglos, con el pueblo de Relojmedio apenas reconocible a su alrededor.
El aire olía a madera quemada y el sonido de herraduras contra el suelo de piedra llenaba el ambiente. Las casas de piedra y madera estaban adornadas con faroles que proyectaban una luz cálida y acogedora. En la plaza central, el reloj, recién construido, brillaba bajo la luz de la luna, sus detalles aún sin la pátina del tiempo.
Lucas y Mateo se acercaron al reloj y observaron a un grupo de personas reunidas alrededor, escuchando a un hombre de aspecto sabio, probablemente el relojero. El hombre hablaba con pasión sobre el reloj, mencionando su propósito como un guardián de los momentos entre los días, un protector que aseguraba que el tiempo transcurriera como debía.
Curiosos, los chicos se mezclaron entre los aldeanos. Lucas, aprovechando su conocimiento de la historia local aprendido de sus viejos libros, entabló conversación con una mujer que llevaba un chal bordado. "Este reloj," explicó ella en un susurro lleno de temor y respeto, "no es solo un medidor de tiempo. Es un sello. Mantiene a raya a las sombras que rondan entre un día y otro, asegurando que no puedan vagar libremente por nuestro mundo."
Mateo, observando las sombras que jugueteaban a los bordes de la luz de los faroles, sintió un escalofrío. "¿Qué tipo de sombras?" preguntó, su voz baja.
"Seres de un reino que no comprendemos y que no deben mezclarse con el nuestro," respondió la mujer, mirando nerviosa hacia el reloj.
Los chicos se miraron, comprendiendo la gravedad de lo que implicaba el reloj. Decidieron hablar con el relojero, quien confirmó las sospechas de la mujer. "Sí, el reloj es un portal y un sello. Mi tarea es mantener el equilibrio, asegurando que la medianoche nunca sea alcanzada, para proteger nuestro mundo."
Con esta nueva comprensión, Lucas y Mateo sabían que debían regresar a su propio tiempo. Despidiéndose del pasado, giraron de nuevo el reloj de arena. El mundo se desvaneció nuevamente en sombras y luz, llevándolos de vuelta al molino abandonado.
De regreso en su tiempo, con el secreto del reloj revelado, los chicos se enfrentaban ahora a una decisión crucial: ¿debían intervenir y cambiar la función del reloj, o debían proteger el sello como lo habían hecho generaciones antes que ellos?
Mientras debatían, una sombra se movió al borde de su visión, un recordatorio oscuro de que algunos misterios tienen un poder que va más allá del simple tiempo. Con el destino de Relojmedio en sus manos, Lucas y Mateo se dieron cuenta de que su aventura estaba lejos de terminar. Se prometieron mantener el secreto, proteger el sello, y estar siempre alerta, pues sabían que las sombras, aunque contenidas, nunca están completamente quietas.
Y así, bajo la mirada eterna del reloj que nunca marcaba la medianoche, continuaron su guardia, sabios y valientes, listos para enfrentar lo que les deparara el tiempo. Pero eso, queridos lectores, es una historia para otro momento.