Tras su encuentro con Minerva, la guardiana del tiempo, Lucas y Mateo decidieron que no podían dejar pasar la oportunidad de descubrir más sobre el misterioso portal y la llave del tiempo. Cada noche, después de terminar sus tareas y cenar con sus familias, los dos amigos se reunían en la plaza central, justo bajo el reloj que nunca marcaba la medianoche, para planificar su siguiente movimiento.
Una fresca noche de otoño, mientras la luna dibujaba sombras danzarinas sobre los adoquines de la plaza, Lucas sacó de su mochila un viejo libro que había encontrado en el desván de su abuelo. El libro, cubierto de polvo y con las páginas amarillentas, hablaba de leyendas y mitos del pueblo de Relojmedio. "Mira, aquí dice algo sobre una antigua llave forjada en luna llena, capaz de abrir cualquier cerradura en el mundo, incluso las mágicas," susurró Lucas, pasando cuidadosamente la página.
Intrigados, los chicos decidieron que debían encontrar esa llave. Sabían que Minerva no les daría más pistas fácilmente; parecía ser parte del juego o prueba que debían superar. "¿Y si la llave está escondida en algún lugar relacionado con las leyendas del pueblo?" propuso Mateo, pensativo.
Decididos a seguir esta nueva pista, empezaron a visitar los lugares más emblemáticos y antiguos de Relojmedio, desde la vieja biblioteca hasta el molino abandonado en las afueras del pueblo. En cada lugar, Lucas y Mateo buscaban símbolos o señales que pudieran indicar la presencia de la misteriosa llave. Durante el día recopilaban historias y leyendas de los ancianos del pueblo, y por la noche, exploraban.
Una noche, mientras exploraban el interior del viejo molino, una ráfaga de viento cerró la puerta de golpe, dejando a los chicos en oscuridad total. "¿Escuchaste eso?" susurró Mateo, su linterna temblaba ligeramente en su mano. Lucas asintió, señalando hacia el rincón más alejado del molino donde un suave resplandor comenzaba a emerger.
Con cautela, se acercaron y descubrieron una pequeña caja de madera incrustada en la pared, apenas visible bajo la capa de polvo y telarañas. El corazón les latía con fuerza mientras Lucas, con manos temblorosas, intentaba abrirla. Pero, como esperaban, estaba cerrada. "Necesitamos la llave para abrir esto, ¡debe ser aquí!" exclamó Mateo, su voz llena de frustración y emoción.
De repente, un sonido metálico resonó a través del silencio, y la pequeña puerta por donde habían entrado se abrió de nuevo. Una figura encapuchada entró, moviéndose con gracia hacia ellos. Era Minerva, quien sonrió al ver la determinación en los rostros de los niños.
"Están muy cerca de descubrir uno de los secretos mejor guardados de Relojmedio," dijo Minerva con voz suave pero firme. "Pero la verdadera prueba aún está por venir. Deben demostrar que son dignos de este conocimiento y la responsabilidad que conlleva."
Con esas palabras, la anciana desapareció tan repentinamente como había aparecido, dejando atrás solo el eco de su advertencia y una pluma azul estrellada que caía lentamente al suelo del molino.
Lucas y Mateo se miraron, sabiendo que su aventura estaba lejos de terminar. Decidieron que cada noche continuarían buscando, aprendiendo y desvelando los misterios que Relojmedio guardaba, empezando por encontrar la llave que les permitiría abrir no solo la caja, sino también las puertas a nuevas y más grandes aventuras.
Y así, bajo el reloj que nunca marcaba la medianoche, los dos amigos se embarcaron en una búsqueda que los llevaría más allá de lo que jamás habían soñado.