En un rincón muy especial del huerto de Doña Remedios, vivía Paco, un cacahuete muy particular. No era como los otros cacahuates, que pasaban los días charlando sobre lluvias y soles. Paco era un soñador, siempre pensaba en aventuras grandiosas y mundos mágicos.
Una tarde, mientras el sol se despedía con sus últimos rayos dorados, Paco escuchó una melodía dulce y suave. Era la Luna, que esa noche brillaba más que nunca y parecía cantarle a todo el huerto.
—Hola, pequeño cacahuete —dijo la Luna con una voz tan melodiosa que parecía tejer una manta de sueños. —Pareces preocupado y muy despierto.
—Oh, Luna —respondió Paco con un suspiro—, quiero tener aventuras emocionantes, pero siempre me quedo aquí, en la tierra, soñando sin hacer nada.
—Paco, todos tenemos aventuras, solo que a veces, no las vemos. —La Luna sonrió y bajó un poco más en el cielo, acercándose a Paco—. Pero te diré un secreto: los sueños más grandes comienzan cuando cierras los ojos y te dejas llevar al mundo de los sueños.
Paco parpadeó, confundido. No entendía cómo dormir podría llevarlo a la aventura que tanto deseaba.
—¿Dormir, dices? Pero eso suena tan aburrido...
—No lo es, querido Paco. Cuando duermes, tu mente viaja a lugares que jamás podrías imaginar despierto. ¿Quieres probarlo esta noche? Te prometo una aventura si te atreves a soñarla.
Paco, aunque algo escéptico, asintió. No tenía mucho que perder, después de todo. Esa noche, cuando la Luna cantaba su canción de cuna, Paco cerró sus pequeñas cáscaras y esperó.
No pasó mucho tiempo antes de que se encontrara en un barco pirata surcando los mares de Manteca. Las velas del barco flameaban al ritmo de la brisa nocturna, y Paco llevaba un sombrero de capitán tan grande que le cubría los ojos.
—¡Tierra a la vista! —gritó una voz.
Paco corrió hacia el frente del barco, donde un grupo de cacahuates piratas observaba una isla que brotaba de las profundidades del mar cremoso como un volcán de chocolate.
—¡A la isla de las Galletas Doradas! —ordenó Capitán Paco.
Los piratas cacahuates aplaudieron y el barco se acercó a la isla. Allí, enfrentaron dragones de jengibre, rescataron princesas de pretzel y encontraron un tesoro escondido en un castillo de vainilla.
Cuando Paco despertó, la mañana estaba bañada en luz y el huerto parecía diferente, como si él mismo hubiera cambiado.
—¿Cómo fue la aventura, Paco? —preguntó la Luna, que aún colgaba en el cielo, despidiéndose hasta la noche.
—Fue increíble —dijo Paco con una sonrisa de cáscara a cáscara—. ¡Y todo gracias a que me atreví a soñar!
Desde esa noche, Paco esperaba ansioso cada momento de ir a dormir, sabiendo que cada sueño sería una nueva aventura. Y en el huerto, se convirtió en el cacahuete más feliz, contando historias de sus viajes nocturnos a quien quisiera escuchar.