En un pequeño pueblo vivía una niña llamada Luna. Luna tenía unos ojos enormes y brillantes llenos de curiosidad y un cabello azul luminoso que parecía brillar con la luz del sol.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, encontró un arroyo. El agua corría rápida y alegremente, pero había un problema: no había un puente para cruzar al otro lado. Luna se quedó mirando el arroyo, con los ojos llenos de determinación. Decidió que construiría un puente.
Primero, buscó palitos por todo el bosque. Reunió muchos de diferentes tamaños y formas y los llevó a la orilla del arroyo. Se sentó y comenzó a imaginar cómo podría hacer un puente con esos palitos. Pensó en cómo los pájaros construyen sus nidos, tejiendo ramitas entre sí. Inspirada por esa idea, decidió intentar algo similar.
Luna comenzó colocando dos palitos largos a cada lado del arroyo, como si fueran los cimientos del puente. Luego, colocó otros palitos más cortos transversalmente, uniendo los dos palitos largos. Pero cuando intentó cruzar, ¡crack! Los palitos se rompieron y cayeron al agua. Luna frunció el ceño, pero no se dio por vencida.
Recordó entonces una historia que su abuelo le había contado sobre los castores, que construían diques fuertes y resistentes usando palos y barro. Así que decidió intentarlo de nuevo, pero esta vez con un plan mejor. Recolectó más palitos, algo de barro del borde del arroyo y unas hojas grandes.
Empezó otra vez, esta vez pensando en cómo los palitos podían sostenerse mejor. Puso los dos palitos largos, pero esta vez añadió otros palitos en diagonal, formando una especie de triángulos en los lados. Usó el barro para pegar los palitos entre sí y para hacerlos más fuertes. Luego, colocó las hojas grandes encima, para hacer una superficie plana.
Después de mucho trabajo, Luna terminó su puente. Era un puente pequeño, pero parecía bastante fuerte. Con el corazón latiendo de emoción, Luna puso un pie en el puente, y luego el otro. ¡No se rompió! Dio unos pasos más, y antes de darse cuenta, estaba al otro lado del arroyo. ¡Había construido su propio puente!
Luna se sentó en una roca y observó su creación con orgullo. Había aprendido algo muy importante sobre cómo construir cosas fuertes y estables. Decidió que compartiría su conocimiento con otros niños del pueblo.
Al día siguiente, Luna invitó a sus amigos a ver el puente. Todos quedaron impresionados y querían aprender a construir puentes también. Luna les explicó lo que había aprendido. Les mostró cómo colocar los palitos en diagonal para hacer triángulos fuertes y cómo usar el barro para pegar los palitos entre sí.
Luna y sus amigos pasaron el resto del día construyendo pequeños puentes sobre el arroyo. Cada puente era diferente, pero todos eran fuertes y estables. Luna se dio cuenta de que había descubierto algo maravilloso: no solo había aprendido sobre la resistencia estructural y la estática, sino que también había encontrado una manera de unir a sus amigos en una divertida aventura de construcción.
Desde ese día, el arroyo del bosque se llenó de pequeños puentes de palitos, cada uno un testimonio del ingenio y la creatividad de Luna y sus amigos. Y así, Luna siguió explorando y aprendiendo, siempre con los ojos llenos de curiosidad y el corazón lleno de ganas de descubrir el mundo.