Luna tenía algo especial. No solo por su cabello, que cambiaba de azul a plateado según cómo le daba la luz del sol, ni por sus ojos violetas llenos de curiosidad. Lo que hacía única a Luna era su amor por descubrir cómo funcionaba el mundo. Siempre tenía preguntas rondando en su mente, especialmente sobre cosas como las estrellas, la luz y el universo.
Una tarde, mientras paseaba por un parque con su abuela, Luna vio algo que despertó su curiosidad. Era una estructura enorme y brillante. Estaba hecha completamente de espejos, y al acercarse, Luna notó que la gente entraba y salía de ella, riendo y a veces tropezando.
—¿Qué es eso, abuela? —preguntó, con los ojos brillando de emoción.
—Parece un laberinto de espejos —respondió su abuela—. Son muy divertidos. ¿Te gustaría probarlo?
Luna asintió, intrigada. "Espejos… seguro hay algo interesante que aprender ahí", pensó.
Entró al laberinto con pasos decididos. Al principio todo parecía fácil, pero apenas giró en la primera esquina, se encontró cara a cara con su propio reflejo. ¡Y no solo uno! De repente, había muchas "Lunas" por todas partes. Era como si mil versiones de ella estuvieran esperándola.
—¡Vaya! Esto será más complicado de lo que creía —murmuró, riendo.
Caminó un poco más, tratando de encontrar una salida, pero cada giro la llevaba de nuevo a otro espejo. Chocó contra uno de ellos y se detuvo, frustrada. Fue entonces cuando recordó algo que había aprendido en clase: la luz se refleja en los espejos siguiendo una regla muy precisa. Siempre rebota en el mismo ángulo en que llega.
Luna se quedó quieta un momento, mirando cómo la luz del sol entraba en el laberinto y se reflejaba de espejo en espejo. "Si entiendo cómo se reflejan los rayos de luz", pensó, "quizás pueda encontrar la salida."
Decidida a aplicar lo que sabía, Luna se fijó bien en un rayo de luz que entraba por una rendija en lo alto del laberinto. Ese rayo golpeaba un espejo en un ángulo y luego rebotaba hacia otro espejo cercano. Luna lo siguió con los ojos y se dio cuenta de que cada vez que la luz tocaba un espejo, seguía la misma regla: el ángulo con el que llegaba era el mismo con el que se iba.
—¡Es como una pelota que rebota! —dijo en voz alta—. Si una pelota golpea el suelo en un ángulo, rebota hacia el aire en ese mismo ángulo. La luz hace lo mismo con los espejos.
Ahora que entendía cómo funcionaba, Luna decidió seguir los rayos de luz. Se movía con más cuidado, observando cómo la luz se reflejaba de espejo en espejo. En lugar de caminar al azar, se detenía, calculaba el ángulo de los reflejos y trataba de predecir hacia dónde la llevarían.
En un momento, llegó a un cruce donde tres espejos la rodeaban. La luz del sol entraba en uno de ellos, pero Luna sabía que si no calculaba bien el ángulo, terminaría perdiéndose. Así que se detuvo, miró de nuevo la luz y decidió seguir el reflejo que parecía rebotar en línea recta hacia un rincón más oscuro del laberinto.
—¡Por aquí debe ser! —se dijo, convencida.
A medida que avanzaba, empezó a sentirse más confiada. Cada vez que llegaba a un nuevo espejo, ya no veía solo su reflejo, sino cómo la luz se comportaba. Podía ver claramente cómo los rayos rebotaban siguiendo esa regla tan simple: el ángulo de incidencia es igual al ángulo de reflexión.
Después de lo que pareció una eternidad de giros y más giros, Luna llegó a un último espejo. Este no solo reflejaba la luz, sino que dejaba entrever un pequeño espacio más allá. Luna sonrió. "¡Esa debe ser la salida!"
Con paso firme, se dirigió hacia ese reflejo y, efectivamente, ¡allí estaba la salida! Salió del laberinto sintiendo una mezcla de emoción y orgullo. No había sido solo un juego de reflejos. Había usado lo que sabía de ciencia para resolver el problema.
Su abuela, que la había estado esperando afuera, sonrió al verla.
—¿Qué tal la experiencia, pequeña científica? —preguntó la abuela con una sonrisa.
—¡Fue increíble, abuela! —exclamó Luna, emocionada—. ¡Descubrí que los espejos siguen una regla! La luz siempre se refleja en el mismo ángulo en el que llega. Lo usé para encontrar la salida.
—Parece que hoy has aprendido algo importante —respondió la abuela, orgullosa.
Luna asintió. Ahora no solo sabía más sobre el comportamiento de la luz, sino que también había aprendido que, a veces, las respuestas están justo frente a nosotros si las miramos con la curiosidad adecuada.
Y así, mientras el sol se reflejaba en las ventanas y las pequeñas charcas del parque, Luna y su abuela caminaron juntas de regreso a casa. Luna sabía que aún le quedaban muchos misterios por descubrir, pero por ahora, estaba contenta de haber resuelto uno.