Todo comenzó como un día cualquiera en la ciudad de Sombra Larga. La bruma flotaba baja, cubriendo las calles empedradas como una manta suave y eterna, mientras los tejados viejos de las casas crujían bajo el peso del rocío matutino. Me encontraba en la oficina del SDG, Sistema de Distribución de Gatos, revisando los reportes del día. Sombra Larga siempre tenía algo extraño sucediendo, especialmente cuando se trataba de gatos.
La oficina central del SDG era mi segunda casa. Libros apilados en cada esquina, viejos mapas pegados a las paredes y un aroma constante a té que venía desde el escritorio de Doña Elena, la recepcionista. Siempre estaba tecleando con una velocidad que no se correspondía con su edad, organizando misiones para los agentes. Si había un caso interesante, ella sería la primera en saberlo.
—Hoy llegó algo peculiar —dijo Doña Elena sin siquiera levantar la mirada de su pantalla—. Un gato con un resfriado eterno ha desaparecido. Los dueños están preocupados. Siempre estaba mocoso y ahora... no hay rastro de él.
"Un caso como cualquier otro", pensé al principio. Pero, ¿por qué no? Podría haber algo más interesante tras el asunto.
—¿Un resfriado eterno? —pregunté, tratando de que Doña Elena me diera más detalles.
—Exacto, parece que nadie recuerda haberlo visto sin mocos —contestó, con una media sonrisa irónica mientras empujaba un sobre hacia mí—. Pero escucha esto: el único rastro que han encontrado de él son... sus mocos. Están por toda la casa. Y no hay señales de por dónde pudo haber salido.
Recogí el sobre y lo abrí. Dentro había una breve descripción del gato: se llamaba Ozzy, un persa gris con grandes ojos ámbar y, aparentemente, un caso crónico de mocos. Los dueños, una pareja de ancianos que vivía cerca del Parque Brumoso, estaban muy preocupados. Lo más extraño era que, según su testimonio, parecía que el gato había desaparecido sin dejar rastro... salvo por los mocos.
—Creo que voy a necesitar una bufanda extra —murmuré para mí mismo, mientras revisaba las notas.
Doña Elena me lanzó una mirada que decía "cuidado". Siempre lo hacía cuando intuía que algo no estaba bien, y esa intuición suya era infalible.
—Ten cuidado. Sombra Larga está más brumosa de lo usual hoy —me advirtió, mientras yo me abrochaba el abrigo y me preparaba para salir.
El camino hacia la casa de los ancianos me llevó a través de las sinuosas calles de Sombra Larga. El cielo estaba nublado, y la bruma parecía cada vez más espesa a medida que me acercaba al Parque Brumoso. La ciudad tenía un aire perpetuamente misterioso, con sus callejones oscuros y faroles antiguos parpadeando en la niebla. Había algo inquietante en el silencio que envolvía las calles, algo que parecía estar esperando... algo.
Finalmente, llegué a la casa de los dueños de Ozzy, una casita pintoresca con un jardín delantero invadido por la neblina. Golpeé suavemente la puerta y, después de unos segundos, me recibió una anciana bajita con el rostro arrugado y ojos llenos de preocupación.
—Usted debe ser del SDG, ¿verdad? —dijo con un tono nervioso—. Por favor, entre. No sabemos qué hacer. Ozzy... nunca se ha ido así.
Entré en la casa, y lo primero que noté fue una serie de pañuelos usados esparcidos por el suelo, como si Ozzy hubiese estado en plena tormenta de estornudos antes de desaparecer. Los ancianos me contaron que la última vez que vieron al gato fue la noche anterior. Ozzy estaba acurrucado en su manta favorita, estornudando como siempre, pero por la mañana ya no estaba. Lo único que encontraron fue una extraña mancha de moco en la puerta de la despensa.
Mientras me hablaban, mi mente comenzó a repasar las posibilidades: un gato no se evaporaba así sin más, y menos uno con una condición tan... evidente. Revisé el lugar donde solía dormir. La manta aún tenía rastros de sus mocos, pero algo no cuadraba. Me acerqué a la despensa, la mancha de moco que los ancianos mencionaron seguía allí, pero lo más extraño era que la puerta de la despensa... estaba cerrada desde adentro.
—¿Cómo es posible? —murmuré mientras intentaba abrirla. Finalmente lo logré, y el interior de la despensa parecía normal... hasta que vi algo en el suelo. Otra mancha de moco, pero esta vez, había un rastro, como si alguien o algo hubiera salido por una pequeña abertura en el fondo de la pared.
El agujero era demasiado pequeño para un gato del tamaño de Ozzy. Esto comenzaba a ser más extraño de lo que imaginaba. Decidí seguir el rastro, que me llevó hacia el sótano de la casa. Los dueños me dijeron que nunca habían bajado allí desde que se mudaron, pero algo en mi instinto me decía que allí había algo.
Bajé las escaleras con cautela, alumbrado por la tenue luz de una lámpara que encontré en la entrada del sótano. Las paredes estaban húmedas, y el olor a moho era intenso, pero lo que realmente me llamó la atención fueron las manchas de moco esparcidas por el suelo. Cada vez eran más grandes, como si Ozzy hubiera estado... derritiéndose.
Al fondo del sótano, encontré una pequeña puerta de madera que parecía llevar a algún lugar subterráneo. Tragué saliva, y abrí la puerta con cuidado. Lo que vi al otro lado me dejó sin palabras.
Era un túnel, oscuro y estrecho, lleno de pequeñas manchas de moco que brillaban bajo la luz de mi lámpara. Esto ya no era un simple caso de un gato desaparecido. Algo más estaba sucediendo aquí.
Seguí el túnel durante lo que parecieron horas, hasta que finalmente llegué a una sala subterránea. Estaba llena de antiguos artefactos cubiertos de polvo y lo que parecían ser... juguetes de gatos. En el centro de la sala, un círculo de mocos rodeaba una extraña figura que parecía moverse lentamente.
—Ozzy... —susurré, y el gato se giró para mirarme.
Ozzy me miraba desde el centro de la sala subterránea, atrapado en una red de mocos pegajosos. No había magia ni criaturas extrañas. El gato, en su curiosidad felina, había encontrado un túnel oculto bajo la casa, una antigua estructura olvidada. Su resfriado crónico había dejado el lugar cubierto de estornudos y mocos, lo que hacía parecer todo más misterioso de lo que realmente era.
Con un trapo, lo liberé de la maraña y lo cargué en brazos. Al regresar, los ancianos lo recibieron aliviados, agradecidos de que su querido Ozzy estuviera a salvo.
Solo un gato curioso con un resfriado eterno. Otro caso resuelto para el SDG