En el pueblo de Arcoiris, donde las casas parecen pintadas con pinceladas de mil colores y las calles siempre huelen a pan recién horneado, los relojes nunca marcaban la misma hora. No era porque estuvieran rotos, sino porque en Arcoiris, el tiempo se medía de una forma muy especial: a través de las sombras.
Cada vecino tenía su propio reloj de sombras, que no era otra cosa que una pequeña estatua de jardín con un palito en la cima que proyectaba sombras en un círculo de piedras marcadas con números. Cuando el sol movía la sombra de la estatua, esta señalaba la hora. Pero no una hora cualquiera, sino una "hora sombreada", un momento único en el día para hacer algo maravilloso.
Sin embargo, había un problema. Desde hace algunos meses, las sombras en Arcoiris empezaban a desaparecer. Las flores no crecían tanto como antes, los árboles frutales daban menos frutos y las caras de los vecinos parecían un poco más tristes cada día. Nadie sabía qué estaba pasando con el sol y las sombras.
En medio de este misterio vivía Lía, una niña de cabellos como hilos de oro y ojos grandes y curiosos como dos lunas llenas. Lía amaba las aventuras y decidió que ella encontraría la causa de la desaparición de las sombras. Armada con su cuaderno de dibujos y una brújula que había pertenecido a su abuelo, se dispuso a resolver el misterio.
Su primer destino fue la colina detrás de su casa, donde el viejo reloj del pueblo, un gigantesco reloj de sombras que había guiado a los habitantes durante generaciones, se encontraba. Al llegar, Lía descubrió algo asombroso: el reloj estaba cubierto por una extraña planta de flores negras que absorbía la luz del sol.
“¡Eureka!”, exclamó Lía. “¡Estas plantas están robando la luz y las sombras!”
Decidida, Lía fue en busca del sabio del pueblo, Don Claroscuro, un viejo pintor que sabía mucho sobre luces y sombras. Le explicó el problema y juntos idearon un plan. Don Claroscuro sugirió que necesitaban un tipo especial de pintura que él mismo prepararía, una pintura que reflejaba la luz en lugar de absorberla.
Mientras Don Claroscuro preparaba la pintura, Lía recorrió el pueblo, reuniendo a los niños para ayudar. Les explicó cómo las sombras eran esenciales para la vida en Arcoiris y cómo cada uno podría hacer su parte.
Una vez que la pintura estuvo lista, la llamaron “Luz de Esperanza”. Con brochas en manos, todos los niños del pueblo subieron la colina y comenzaron a pintar las plantas negras. A medida que cada flor se cubría con la pintura, la luz comenzaba a reflejarse y, poco a poco, las sombras volvían a aparecer.
Al final del día, cuando el último pétalo negro fue cubierto de pintura, el reloj de sombras del pueblo brilló bajo el sol como nunca antes. Las sombras eran más claras y nítidas, y con ellas, la alegría volvió a Arcoiris.
Desde aquel día, Lía y los otros niños fueron conocidos como “Los Guardianes de las Sombras”. Se encargaron de cuidar el reloj de sombras y asegurarse de que ninguna sombra volviera a desaparecer.
Y así, en el pueblo de Arcoiris, las horas sombreadas no solo marcaron el tiempo, sino también momentos de risa, juego y, sobre todo, de pequeños grandes héroes que aprendieron que incluso en las sombras, puede encontrarse la luz.