Mi nombre es un misterio que ni siquiera mis compañeros conocen. Trabajo para el SDG, el Sistema de Distribución de Gatos, una organización secreta dedicada a unir gatos y humanos en una simbiosis perfecta. ¿Suena extraño, verdad? Lo es. Y más en una ciudad como Sombra Larga. Este lugar tiene algo... diferente. No es solo por las callejuelas empedradas o la neblina perpetua que parece envolver todo. No. Es la sensación de que, en cualquier momento, algo inesperado puede ocurrir. Y en mi línea de trabajo, eso es prácticamente una garantía.
Estaba sentado en la Oficina Central, revisando algunos informes recientes cuando Doña Elena, nuestra recepcionista de ojos afilados y más secreta de lo que aparenta, me llamó.
—Agente, tenemos una situación.
Su tono era serio, más de lo habitual, lo cual ya era mucho decir. Dejé los papeles sobre el escritorio y me acerqué al mostrador. Doña Elena extendió un sobre lacrado. A juzgar por la urgencia en su mirada, algo grande estaba por desatarse.
—Es sobre Sombra —susurró—. El gato negro.
El nombre me sonó vagamente familiar. Sombra. Había escuchado historias, rumores más bien, sobre un gato negro que merodeaba por la ciudad justo antes de que ocurrieran cosas desafortunadas. Decían que donde aparecía, la mala suerte le seguía. Pero en nuestro mundo, uno lleno de lógica, esas cosas no eran más que coincidencias, o al menos eso quería creer.
—¿Sombra? —pregunté mientras tomaba el sobre—. Pensé que era solo una leyenda urbana.
—Nada de eso —respondió Doña Elena—. Lo han visto en varios lugares de la ciudad. Y cada vez que aparece, ocurre algo extraño. La gente se está poniendo nerviosa.
Abrí el sobre. Dentro había una lista de incidentes: una tienda que había perdido inexplicablemente todas sus ventas en un día, una serie de accidentes menores, pero desconcertantes, en las calles de Sombra Larga. Todos los reportes tenían algo en común: alguien había visto a un gato negro justo antes de que ocurriera.
—Tu misión —continuó Doña Elena, mirándome fijamente—, es encontrar a Sombra. Y, si puedes, descubrir qué está ocurriendo.
Asentí. Parecía sencillo, aunque sabía que, en esta ciudad, las cosas rara vez eran lo que parecían. Tomé mi abrigo y salí al frío aire de Sombra Larga.
El primer lugar en mi lista era la tienda de antigüedades de Don Mauricio, ubicada en una esquina oscura de la ciudad. El lugar tenía esa clásica sensación de otro tiempo, con el aroma a madera vieja y el sonido del crujido de las tablas bajo mis pies. Cuando entré, el dueño me saludó con una leve inclinación de cabeza. Sus ojos, siempre alerta, ahora parecían preocupados.
—He oído sobre el gato —empecé—. ¿Puedo hacerte algunas preguntas?
Don Mauricio suspiró y me señaló una silla frente al mostrador.
—Ese gato... —dijo con tono sombrío—. Lo vi justo antes de que todo se volviera raro. Estaba en la ventana, mirándome, y luego... nada. Nadie entró en la tienda en todo el día. Ningún cliente. Como si hubiera sido olvidado.
—¿Y no viste nada más fuera de lo común? —pregunté, tratando de encontrar alguna pista tangible.
—Solo el gato —repitió—. Negro como la noche.
No era mucho para continuar, pero sabía que, en estos casos, las pequeñas cosas eran las más importantes. Agradecí a Don Mauricio y salí de la tienda, con una extraña sensación en el estómago. La mención del gato negro y la "mala suerte" que seguía no era una coincidencia. Sombra Larga siempre había tenido su dosis de misterios, pero esto estaba escalando.
Mi siguiente parada fue un pequeño parque, donde, según los informes, varios accidentes habían ocurrido en un solo día. Llegué al lugar mientras el sol comenzaba a ocultarse entre la bruma. El parque, normalmente lleno de niños y corredores, estaba desierto. La niebla colgaba baja, como si el lugar mismo estuviera tratando de ocultar algo.
Caminé por los senderos, buscando algo, cualquier cosa que pudiera explicar lo que había ocurrido. De repente, escuché un sonido suave, como un ronroneo distante. Me detuve, girando lentamente en dirección al sonido. Allí, entre las sombras de los árboles, vi un par de ojos amarillos que brillaban.
Un gato negro.
Se quedó mirándome fijamente, inmóvil. Sabía que era él. Sombra. Mi misión era encontrarlo, pero ahora que estaba frente a él, una sensación de inquietud me invadió. No era miedo exactamente, pero algo en su mirada me hizo sentir como si supiera más de lo que dejaba ver.
Di un paso hacia él, pero antes de que pudiera acercarme, se deslizó entre los árboles y desapareció. Corrí tras él, pero no había ni rastro del gato. Solo el eco de su ronroneo resonaba en la distancia.
Durante los siguientes días, Sombra siguió apareciendo y desapareciendo, siempre antes de que algo saliera mal. La lista de incidentes crecía, y aunque estaba seguro de que había algo más que simples supersticiones, no podía entender qué. ¿Cómo un gato podía estar relacionado con todo esto?
Empecé a preguntarme si Sombra estaba siguiendo un patrón. Los lugares donde aparecía parecían elegidos al azar, pero al trazar un mapa de sus movimientos, noté algo curioso. Todos los lugares formaban un círculo alrededor del centro de la ciudad. Un círculo casi perfecto.
Decidí que la mejor manera de encontrar respuestas era seguir el centro de ese círculo. Me dirigí al Ayuntamiento de Sombra Larga, el corazón de la ciudad y, tal vez, el epicentro de todos estos sucesos extraños.
Cuando llegué, el lugar estaba envuelto en la misma neblina espesa que parecía seguirme a todas partes. Las luces del edificio brillaban tenuemente a través de la bruma, dándole un aspecto fantasmagórico. Me acerqué a la puerta principal y toqué el timbre.
Un guardia de seguridad, sorprendido por la hora de mi visita, me dejó entrar.
—¿Buscando algo en particular? —me preguntó con recelo.
—Estoy investigando algunos incidentes recientes en la ciudad —respondí—. Han mencionado haber visto a un gato negro por aquí, ¿algún reporte sobre eso?
El guardia frunció el ceño.
—¿Un gato negro? No... no he visto nada raro, aunque ahora que lo mencionas, escuché que los sistemas de seguridad han estado fallando últimamente, sin razón aparente.
Ese "sin razón aparente" era todo lo que necesitaba oír.
Subí las escaleras que llevaban a las oficinas más antiguas del edificio, aquellas que casi nunca se utilizaban. Mientras avanzaba por el pasillo, una extraña sensación me invadió. El aire estaba pesado, como si algo, o alguien, me estuviera observando. Escuché un suave maullido a mis espaldas y me detuve en seco.
Al darme la vuelta, allí estaba de nuevo. Sombra. Sentado tranquilamente al final del pasillo, con sus ojos amarillos brillando en la penumbra. Esta vez, no iba a dejarlo escapar.
Me acerqué lentamente, tratando de no asustarlo. Pero antes de que pudiera dar otro paso, el gato saltó ágilmente por una ventana rota, dejándome solo en la oscuridad. Corrí hacia la ventana, pero cuando miré hacia abajo, no había ni rastro de él.
De repente, todo encajó.
El círculo de incidentes no era al azar, ni siquiera mala suerte. Era una distracción. Alguien, o algo, estaba usando a Sombra para desviar la atención. Mientras todo el mundo estaba distraído con los accidentes y las desapariciones, algo más estaba ocurriendo, algo mucho más siniestro.
Bajé corriendo las escaleras, directo a la sala de control del Ayuntamiento. El guardia me miró confundido cuando irrumpí.
—Necesito ver las cámaras de seguridad de esta semana —le dije rápidamente—. Y en particular, las que apuntan hacia el archivo histórico.
El guardia, aún sin comprender, accedió a mi solicitud. Las grabaciones mostraban algo extraño: una figura encapuchada, entrando y saliendo del archivo en varias ocasiones. Cada vez que lo hacía, Sombra aparecía en algún lugar cercano, como si lo estuviera protegiendo.
La figura no era otro que uno de los funcionarios del Ayuntamiento, alguien que había estado manipulando los registros de propiedad de la ciudad. Sombra no traía mala suerte; él estaba intentando advertirnos. Cada vez que aparecía, señalaba un lugar donde algo malo estaba ocurriendo.
Al final, el funcionario fue atrapado, y Sombra... bueno, él simplemente desapareció, como siempre lo hacía. Pero sabía que estaba ahí afuera, velando por la ciudad, asegurándose de que las sombras no se alargaran demasiado.
Sombra Larga siempre tendría sus misterios, pero ahora, al menos, conocía la verdad. Y cada vez que veo unos ojos amarillos entre la niebla, sonrío, sabiendo que no estoy solo.