En lo más profundo del Bosque Frondoso, donde los árboles susurran secretos y los arroyos cantan melodías misteriosas, vivía un gnomo llamado Gruñón. Gruñón no era su nombre real, claro está, pero todos en el bosque lo llamaban así porque siempre estaba de mal humor. Su barba era tan enmarañada como su temperamento, y su sombrero rojo era tan puntiagudo como su mal humor.
Una mañana, Gruñón se despertó y descubrió que su querido sombrero había desaparecido. "¡Por todos los hongos podridos del bosque!", gruñó, enfadado. Se levantó de su diminuta cama y empezó a buscar por toda su casa, que era un acogedor tronco hueco. Revisó bajo su mesa, dentro de su alacena y hasta en su bota izquierda (la derecha la usaba como maceta), pero el sombrero no aparecía.
Desesperado, salió de su casa y empezó a interrogar a los animales del bosque. Primero fue a ver al Conejo Saltarín. "¡Oye, orejas largas! ¿Has visto mi sombrero?"
El Conejo Saltarín, que estaba masticando una zanahoria, levantó una ceja. "No, Gruñón, no he visto tu sombrero. ¿Has probado a preguntarle al Búho Sabio?"
Gruñón bufó y marchó hacia el roble donde vivía el Búho Sabio. "¡Oye, plumífero! ¿Sabes dónde está mi sombrero?"
El Búho Sabio, que estaba tratando de leer un libro muy grueso sin sus gafas, lo miró con ojos entrecerrados. "Ah, Gruñón. Me temo que no he visto tu sombrero. Pero he escuchado rumores de que el Duende Bromista ha estado merodeando por aquí. Podrías preguntarle a él."
Gruñón apretó los puños. El Duende Bromista era conocido por sus travesuras y chistes pesados. Si alguien había robado su sombrero, seguramente era él. Así que, sin perder tiempo, Gruñón se dirigió a la cueva del Duende Bromista.
Cuando llegó, encontró al Duende sentado en una roca, riéndose solo. "¡Tú! ¿Has robado mi sombrero?" le espetó Gruñón.
El Duende Bromista se secó una lágrima de risa de su mejilla y respondió, "Oh, Gruñón, me encantaría decir que sí, pero esta vez no he sido yo. He oído que la Reina de las Hadas podría saber algo al respecto."
Gruñón resopló, exasperado, y se encaminó hacia el Claro Mágico donde vivía la Reina de las Hadas. El Claro estaba lleno de luz y mariposas brillantes que revoloteaban en el aire. En el centro, sobre una flor gigante, estaba la Reina de las Hadas, quien sonrió al ver a Gruñón llegar.
"Bienvenido, Gruñón. ¿Qué te trae por aquí?", preguntó dulcemente.
"Mi sombrero. Alguien lo ha robado y ya he preguntado a medio bosque. El Duende Bromista dijo que podrías saber algo."
La Reina de las Hadas sonrió. "He oído rumores de un Troll que vive al otro lado del río. Podrías intentar hablar con él. Pero ten cuidado, no es muy amigable."
Gruñón masculló algo entre dientes y se dirigió hacia el río. Cruzó el puente de piedra y encontró al Troll bajo él, gruñendo y mascando algo que podría haber sido una piedra. "¡Troll! ¿Tienes mi sombrero?"
El Troll levantó la vista, sorprendido. "¿Tu sombrero? No, no lo tengo. Pero vi a un cuervo negro llevárselo hacia el Pantano Oscuro."
Gruñón se llevó una mano a la cara, frustrado. "¡Esto es ridículo!" Pero, decidido a recuperar su sombrero, se dirigió al Pantano Oscuro.
El Pantano Oscuro era un lugar espeluznante, con árboles torcidos y niebla espesa. Mientras Gruñón avanzaba, empezó a escuchar ruidos extraños. De repente, un cuervo negro se posó en una rama frente a él, con el sombrero de Gruñón en su pico.
"¡Oye, pájaro ladrón! ¡Ese es mi sombrero!"
El cuervo graznó y voló, llevando a Gruñón a un claro en el pantano. Allí, para su sorpresa, encontró un círculo de animales y criaturas del bosque, todos sonriendo. La Reina de las Hadas se adelantó, sosteniendo una corona de flores.
"Gruñón, hemos querido hacerte una fiesta de agradecimiento por todas las veces que, aunque de mal humor, has ayudado a todos en el bosque. El cuervo sólo tomó prestado tu sombrero para traerte hasta aquí."
Gruñón parpadeó, sorprendido. "¿Una fiesta para mí? ¿Por qué?"
"Porque, a pesar de tu mal humor, siempre has estado ahí para nosotros. Como cuando ayudaste a la familia de erizos a encontrar un nuevo hogar, o cuando salvaste a la ardilla de ese nido en peligro."
Gruñón, por primera vez en mucho tiempo, se sintió conmovido. "Bueno... gracias, supongo."
La fiesta fue maravillosa. Hubo música, baile y deliciosas comidas. Y aunque Gruñón no dejó de gruñir del todo, se le escapó más de una sonrisa esa noche.
Y así, el gnomo malhumorado se convirtió, sin querer, en el héroe del Bosque Frondoso. Y aunque siguió gruñendo y refunfuñando, todos sabían que, en el fondo, tenía un gran corazón.