Mi día comenzó como cualquier otro en la sombría y misteriosa ciudad de Sombra Larga. El cielo, como siempre, estaba cubierto de una bruma densa que se filtraba entre los antiguos edificios de piedra, haciendo que las calles empedradas parecieran cobrar vida con cada paso. Estaba en mi camino hacia la Oficina Central del SDG, cuando el sonido familiar del teléfono de la recepción me sacó de mis pensamientos.
"Buenos días, SDG. ¿En qué puedo ayudarle?" La voz de Doña Elena, con su tono dulce pero firme, siempre transmitía una sensación de orden en medio del caos.
Sabía que mi día estaba a punto de volverse más interesante cuando la vi fruncir el ceño mientras anotaba detalles en su libreta de cuero. Me acerqué al mostrador y ella levantó la vista, sus ojos llenos de esa mezcla de preocupación y determinación que significaba solo una cosa: un nuevo caso.
"Tenemos un nuevo encargo, querido," me dijo mientras me entregaba un sobre. "Rocky, el gato de la señora Gómez, ha desaparecido nuevamente. Ya conoces el procedimiento."
Tomé el sobre y lo abrí, revelando una fotografía de Rocky, un gato naranja atigrado con ojos verdes brillantes y un aire de travesura perpetua. La señora Gómez, su dueña, era una cliente habitual del SDG; Rocky tenía la molesta costumbre de escaparse en cuanto alguien dejaba la puerta entreabierta.
"¿Por dónde empiezo?" pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
"La última vez que lo vieron fue en los alrededores del Parque de las Sombras. Un vecino lo vio husmeando cerca de unos contenedores. Tienes que ser rápido, la señora Gómez está muy preocupada."
Asentí, guardando la foto en mi bolsillo, y me dirigí hacia la salida. El Parque de las Sombras estaba a unas cuantas cuadras de la Oficina Central, y si Rocky estaba en su modo habitual de exploración, no tendría mucho tiempo antes de que decidiera cambiar de ubicación.
El Parque de las Sombras es un lugar tan misterioso como su nombre lo indica. A medida que me acercaba, podía ver la neblina arremolinándose sobre los setos y las estatuas antiguas que decoraban el parque. Las sombras de los árboles parecían moverse, como si algo más que el viento jugara entre las ramas.
Al llegar, lo primero que hice fue escanear el área en busca de pistas. Los contenedores mencionados por Doña Elena estaban cerca de la entrada del parque, junto a una cafetería cerrada que había visto días mejores. Era un lugar perfecto para un gato escapista como Rocky: lo suficientemente alejado de las multitudes y con muchos escondites.
"Vamos, Rocky, ¿dónde te has metido esta vez?" murmuré para mí mismo mientras me agachaba para inspeccionar las huellas en la tierra húmeda cerca de los contenedores.
Ahí, entre el barro, vi una serie de huellas de gato, desordenadas pero recientes. Seguí el rastro, que serpenteaba entre los arbustos del parque. Cada vez que las huellas desaparecían, me detenía y escuchaba, esperando algún indicio de movimiento.
El parque estaba extrañamente silencioso, lo que hacía que cada crujido y cada susurro de las hojas fuera aún más inquietante. Me mantuve alerta, recordando las historias que los habitantes de Sombra Larga contaban sobre este lugar. Decían que en las noches más oscuras, el parque tenía una vida propia, y no era solo la flora y fauna quienes lo habitaban.
Finalmente, después de unos minutos de búsqueda, oí un ruido débil, como el sonido de algo metálico cayendo al suelo. Me dirigí hacia la fuente del ruido, que venía de una esquina oscura del parque, detrás de una estatua de mármol desgastada por el tiempo.
Allí, al pie de la estatua, vi a Rocky. Estaba agachado, concentrado en su tarea de hurgar en un contenedor volcado, buscando restos de comida. Sus ojos verdes brillaban con esa chispa de astucia que siempre me hacía sonreír.
"¡Ah, Rocky! ¿Sabes el susto que le has dado a tu dueña?" exclamé mientras me acercaba lentamente.
El gato levantó la cabeza y me miró fijamente, como si me estuviera evaluando. Sabía que si me movía demasiado rápido, Rocky podría salir corriendo, así que opté por la cautela. Me arrodillé y extendí una mano hacia él, hablando en voz baja y calmada.
"Vamos, amigo. Vamos a casa."
Rocky inclinó la cabeza, como si considerara la propuesta, pero antes de que pudiera dar un paso hacia mí, algo en la penumbra captó su atención. En un abrir y cerrar de ojos, saltó hacia un seto cercano, desapareciendo entre las sombras.
"¡Rocky, espera!" grité, pero ya era demasiado tarde.
No tenía tiempo que perder. Sabía que si no seguía a Rocky de inmediato, podría perderle el rastro por completo. Me levanté rápidamente y me dirigí hacia donde lo había visto desaparecer. El seto formaba parte de un laberinto de arbustos, una característica peculiar del Parque de las Sombras que lo hacía tanto un lugar de entretenimiento como un desafío.
Al entrar en el laberinto, noté que la neblina se hacía más densa, y el aire más frío. Las paredes de arbustos eran altas y estrechas, lo que aumentaba la sensación de claustrofobia. Podía escuchar mis propios pasos resonando contra las piedras del suelo, pero ni rastro de Rocky.
Caminé con cautela, usando cada fragmento de información que tenía. Sabía que Rocky, a pesar de ser un escapista nato, también era un gato curioso, y no podría resistirse a explorar cada rincón de este lugar. A medida que avanzaba, me encontré con varios puntos muertos, pequeños claros dentro del laberinto donde no había más que silencio y sombras.
En uno de esos claros, vi algo que me llamó la atención: una pequeña mancha de barro en una piedra, como si algo o alguien hubiera resbalado. Me agaché para examinarla y noté algunos pelos naranjas atigrados pegados al barro. Era la prueba que necesitaba para saber que estaba en el camino correcto.
Continué por el laberinto, girando a la izquierda y luego a la derecha, siguiendo cualquier rastro que pudiera encontrar. Cada vez que pensaba que estaba cerca, parecía que Rocky lograba escabullirse un poco más lejos. Era como si el parque estuviera jugando conmigo, ocultando al gato en su red de caminos sinuosos.
Finalmente, llegué a una bifurcación en el laberinto. A mi izquierda, un camino que se estrechaba tanto que apenas podría pasar sin rasguñarme con las ramas. A la derecha, un pasaje más amplio que parecía llevar a una salida. Tenía que tomar una decisión.
Me detuve, cerré los ojos y traté de imaginar lo que Rocky haría. Un gato con su agilidad y su tamaño pequeño probablemente tomaría el camino más estrecho. Pero, por otro lado, tal vez Rocky sabía que lo estaba siguiendo y elegiría la salida fácil.
El tiempo corría y no podía permitirme dudar. Me decidí por el camino estrecho, empujando las ramas a un lado mientras avanzaba. A medida que lo hacía, el sonido de un suave maullido llegó a mis oídos. ¡Era Rocky! Estaba cerca.
Aceleré el paso, sin preocuparme por las ramas que arañaban mis brazos. Al final del estrecho camino, el laberinto se abrió en un pequeño claro, y allí estaba Rocky, acurrucado junto a un viejo banco de madera, lamiéndose una pata con aire despreocupado.
"Te tengo, Rocky," susurré, esta vez sin intentar acercarme demasiado rápido.
Rocky me miró, su cola moviéndose perezosamente de un lado a otro. Parecía casi complacido de verme, como si todo esto hubiera sido un juego para él. Me arrodillé y saqué una pequeña bola de papel que siempre llevaba conmigo para estas situaciones. La hice rodar suavemente hacia él, sabiendo que Rocky no podría resistirse.
El gato observó la bola por un segundo antes de levantarse y saltar hacia ella. Aproveché el momento y, en un movimiento rápido pero suave, lo recogí. Rocky protestó brevemente, pero luego se calmó, como si aceptara su destino.
"Hora de ir a casa, pequeño escapista," le dije, mientras me levantaba y comenzaba el camino de regreso a la salida del laberinto.
Con Rocky a salvo en mis brazos, el camino de regreso a la casa de la señora Gómez fue tranquilo. La ciudad de Sombra Larga, con sus calles empedradas y edificios antiguos, parecía menos amenazante ahora que había dejado atrás el Parque de las Sombras. La neblina se disipaba lentamente, y las luces tenues de las farolas iluminaban nuestro camino.
Llegué a la casa de la señora Gómez, una pequeña casita de ladrillo rodeada por un jardín bien cuidado. Las luces estaban encendidas, y podía ver la silueta de la señora Gómez a través de la ventana, caminando de un lado a otro con evidente preocupación.
Toqué el timbre y, casi de inmediato, la puerta se abrió. La señora Gómez, una mujer menuda con cabello gris y ojos llenos de ansiedad, me miró con esperanza.
"¿Lo encontraste?" preguntó, su voz temblando ligeramente.
Le sonreí y le mostré a Rocky, que ahora se retorcía suavemente en mis brazos, intentando liberarse. La expresión de la señora Gómez se transformó en una de puro alivio.
"¡Oh, mi querido Rocky!" exclamó, tomando al gato en sus brazos y abrazándolo con fuerza. "Gracias, muchacho. No sé qué haría sin él."
"Rocky tiene un espíritu aventurero," comenté, mientras la señora Gómez acariciaba a su gato, que ahora ronroneaba con satisfacción. "Pero parece que siempre encuentra el camino de regreso a casa."
"Sí, siempre ha sido así," suspiró la señora Gómez, mirando a Rocky con cariño. "Pero cada vez que se escapa, temo que un día no regrese."
La señora Gómez me ofreció una taza de té, que acepté gustosamente. Mientras nos sentábamos en su acogedora sala de estar, conversamos sobre Rocky y sus muchas escapadas. La casa, con sus muebles antiguos y las fotografías en blanco y negro de épocas pasadas, tenía una atmósfera cálida y reconfortante que contrastaba con la inquietud que había sentido en el parque.
Después de un rato, me despedí de la señora Gómez, asegurándole que siempre estaríamos disponibles en el SDG si Rocky decidía emprender otra aventura. Ella me agradeció de nuevo y me deseó una buena noche mientras cerraba la puerta detrás de mí.
De vuelta en la Oficina Central del SDG, Doña Elena me recibió con una sonrisa.
"¿Lo encontraste?" preguntó, aunque la respuesta ya era obvia.
"Sí, Rocky está a salvo en casa," respondí, sentándome frente a su escritorio.
Doña Elena asintió, satisfecha. "Buen trabajo, querido. Pero no te relajes demasiado; en Sombra Larga, siempre hay algo más que hacer."
Sonreí, sabiendo que tenía razón. La ciudad de Sombra Larga siempre tendría un nuevo misterio esperando a ser descubierto. Y mientras los gatos siguieran escapando, yo estaría allí para encontrarlos y llevarlos de vuelta a casa.