La oficina del SDG en Sombra Larga siempre había sido un lugar lleno de secretos y susurros. No era una tienda de antigüedades común; entre sus paredes se escondían misterios que solo los más perspicaces podían desentrañar. Era una mañana gris y neblinosa cuando Doña Elena, la siempre enigmática recepcionista del SDG, me llamó con urgencia.
—¡Ven, rápido! —dijo con su voz grave y autoritaria, su figura diminuta detrás del enorme mostrador de madera tallada—. Tenemos un caso especial.
Caminé hacia su escritorio, mis pasos resonando en el suelo de madera vieja. En la esquina, una chimenea crepitaba suavemente, llenando el aire con el aroma de leña quemada. Doña Elena me miraba con esos ojos penetrantes que parecían ver a través de las personas.
—¿Qué tenemos? —pregunté, tratando de disimular mi emoción.
Doña Elena sonrió levemente y deslizó un sobre marrón hacia mí. Lo abrí con cuidado y saqué una serie de fotografías y un pequeño mapa de la ciudad. En las fotos, se veía un grupo de gatos callejeros con instrumentos musicales en miniatura: una guitarra, un violín, una trompeta y un tambor.
—La Banda de los Gatos Músicos —dijo Doña Elena—. Están causando revuelo en la ciudad. La gente los ve aparecer y desaparecer en diferentes lugares, siempre tocando música. Es nuestro deber encontrarles un hogar.
—¿Y nuestro objetivo? —pregunté, observando detenidamente las fotos.
—Localizarlos, asegurarnos de que están bien y, sobre todo, encontrarles un lugar seguro donde puedan vivir y tocar su música.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No era la primera vez que lidiábamos con casos de gatos callejeros, pero algo en la voz de Doña Elena me decía que este sería especial.
—Empieza aquí —añadió, señalando el mapa—. El último avistamiento fue en el parque brumoso de la Plaza Vieja.
Guardé las fotos y el mapa en mi mochila y me dirigí hacia la puerta. Doña Elena me detuvo antes de salir.
—Ten cuidado —advirtió—. En Sombra Larga, no todo es lo que parece.
El parque de la Plaza Vieja era uno de esos lugares que parecía sacado de un cuento. La niebla se cernía sobre los árboles, dándoles una apariencia fantasmagórica. Caminé por los senderos empedrados, aguzando el oído en busca de algún sonido inusual. Y entonces lo escuché. Una melodía suave, casi imperceptible, que provenía de algún lugar cercano.
Seguí el sonido, mis pasos resonando suavemente en el silencio del parque. La música me llevó hasta un pequeño claro, donde la niebla parecía más densa. Allí, entre los arbustos, vi a los gatos. Eran cinco, y cada uno estaba concentrado en su instrumento. El gato gris tocaba la guitarra, el blanco el violín, el negro la trompeta, el atigrado el tambor, y un gato naranja dirigía la banda con una pequeña batuta improvisada hecha de una ramita.
Me quedé observando, fascinado por la destreza con la que tocaban. Era como si estuvieran ensayando para un gran concierto. De repente, el gato naranja alzó la vista y me vio. Dejó la batuta y se acercó lentamente, con una mirada curiosa.
—Hola, amiguito —dije en voz baja, arrodillándome para no parecer amenazante.
El gato me observó un momento y luego emitió un maullido suave. Los otros gatos detuvieron su música y se acercaron, rodeándome con curiosidad.
—Soy del SDG —les expliqué—. Estoy aquí para ayudarles a encontrar un hogar.
El gato naranja pareció entender, pues se frotó contra mi pierna en señal de agradecimiento. Pasé un buen rato con ellos, observando cómo interactuaban y escuchando su música. Cada melodía parecía contar una historia, y comprendí que estos gatos no eran ordinarios. Había algo en su unión y en la forma en que tocaban juntos que debía proteger.
Pero de repente… ¡Salieron corriendo!
Decidí que nuestra búsqueda debía empezar desde el parque mismo. Pregunté a los transeúntes si habían visto a los gatos y recibí todo tipo de respuestas. Una anciana que paseaba a su perro me dijo que los había visto en el mercado hace dos días, tocando para una multitud de curiosos. Un niño pequeño me dijo que creía haber visto a los gatos en el muelle, tocando mientras los pescadores descargaban sus capturas.
Empecé por el mercado. El bullicio y el ajetreo del mercado de Sombra Larga eran inigualables. Los vendedores gritaban sus ofertas, las personas regateaban y los aromas de especias, frutas y pescado fresco llenaban el aire. Caminé entre los puestos, buscando algún rastro de los gatos. Un vendedor de verduras, al que llamaban Don Jaime, me detuvo.
—¿Buscas algo en particular, muchacho? —preguntó con una sonrisa amigable.
—En realidad, sí —respondí—. Estoy buscando a un grupo de gatos que tocan instrumentos musicales. Me han dicho que estuvieron por aquí hace un par de días.
Don Jaime rió.
—¡Ah, esos gatitos! Sí, los vi. Montaron un espectáculo aquí, justo en frente de mi puesto. La gente les daba comida a cambio de la música. Creo que luego se fueron hacia el muelle.
Agradecí a Don Jaime y me dirigí al muelle, donde los pescadores estaban ocupados descargando sus capturas del día. El aire estaba lleno del olor del mar y del pescado fresco. Encontré a un grupo de pescadores reunidos alrededor de una fogata, cocinando algo que parecía un guiso de mariscos. Me acerqué y les pregunté sobre los gatos músicos.
—Sí, los vimos —dijo uno de los pescadores, un hombre corpulento con barba espesa—. Tocaron para nosotros mientras trabajábamos. Fue algo inusual, pero muy agradable. Luego los vimos dirigirse hacia el barrio de los artistas.
El barrio de los artistas era famoso por sus callejones llenos de murales coloridos, pequeños cafés y galerías de arte. Caminé por sus estrechas calles, preguntando a los residentes si habían visto a los gatos. Un pintor callejero me indicó una dirección.
—Los vi ayer por la tarde. Se estaban dirigiendo hacia el café "La Bohemia". Parece que les gusta ese lugar.
Encontré "La Bohemia", un café pequeño y acogedor con mesas al aire libre y una atmósfera relajada. Entré y me dirigí a la barra, donde una camarera de sonrisa amable me saludó.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó.
—Estoy buscando a un grupo de gatos que tocan instrumentos musicales. Me dijeron que podrían haber estado aquí.
La camarera sonrió y asintió.
—Sí, estuvieron aquí. Tocaron un par de canciones para nuestros clientes. Fue algo realmente especial. Salieron por la puerta trasera hace poco, no deben estar muy lejos.
Salí por la puerta trasera y los encontré en un callejón, descansando después de su última actuación. Los gatos me miraron con curiosidad mientras me acercaba.
—Hola, amigos —dije suavemente—. Hemos recorrido la ciudad buscándolos. Ahora necesitamos encontrarles un hogar donde puedan estar seguros y seguir tocando.
El gato naranja se levantó y se acercó, rozando su cabeza contra mi mano en señal de agradecimiento. Decidí llevarlos de vuelta a la oficina para informar a Doña Elena de nuestro progreso.
Al regresar a la oficina, Doña Elena nos esperaba ansiosamente.
—¿Lo lograste? —preguntó, sus ojos brillando de emoción.
—Sí —respondí, acariciando al gato naranja—. Pero ahora necesitamos encontrarles un hogar adecuado.
Doña Elena asintió y nos sentamos a discutir las opciones. Decidimos visitar varios posibles hogares, cada uno con sus propias particularidades.
Nuestra primera parada fue una pequeña biblioteca comunitaria dirigida por una pareja de ancianos, los señores García. Les encantaba la música y pensaron que los gatos podrían ser una excelente compañía para los lectores. Llevamos a los gatos a la biblioteca y los señores García quedaron encantados con su música. Sin embargo, notamos que los gatos no parecían completamente a gusto allí. Quizás el ambiente tranquilo de la biblioteca no era lo que estaban buscando.
Siguiente, visitamos una escuela primaria donde la directora, la señora López, tenía un programa de educación musical para los niños. Pensamos que la banda de gatos podría inspirar a los estudiantes. Los niños se entusiasmaron al ver a los gatos y disfrutaron de su música. Sin embargo, los gatos parecían abrumados por el bullicio y la energía de los niños.
Decidimos probar en una cafetería local llamada "Café Sonata", conocida por sus noches de música en vivo. El dueño, Carlos, un joven músico, estaba encantado con la idea de tener a los gatos como artistas residentes. La cafetería tenía un ambiente relajado y acogedor, y los gatos parecieron más a gusto allí. Sin embargo, después de una semana de prueba, notamos que la constante rotación de clientes y la falta de un espacio fijo no era ideal para ellos.
Finalmente, escuchamos de una anciana llamada Doña Matilde, que vivía sola en una casa con un gran jardín en las afueras de Sombra Larga. Doña Matilde era una amante de la música y había sido profesora de piano durante muchos años. Cuando le hablamos de los gatos músicos, su rostro se iluminó.
—Sería un honor tenerlos aquí —dijo con una sonrisa cálida—. Tengo una sala de música donde podrían tocar y un jardín donde podrían jugar. Además, me encantaría tener compañía.
Llevamos a los gatos a casa de Doña Matilde y vimos cómo exploraban la casa y el jardín. Parecían felices y relajados. Doña Matilde tocó una melodía suave en su piano, y los gatos, uno por uno, se unieron a ella con sus instrumentos. Fue un momento perfecto.
Decidimos que este sería su nuevo hogar. Doña Matilde prometió cuidar de ellos y nos aseguró que siempre tendrían un lugar seguro y amoroso.
Esa noche, mientras regresaba a la oficina, miré hacia el cielo estrellado y pensé en todas las historias que aún quedaban por descubrir en Sombra Larga. Y supe que, mientras existieran gatos especiales, siempre habría una aventura esperando en cada esquina.