En un rincón olvidado del Reino de Imaginaria, más allá de las montañas que tocaban el cielo y de los valles donde el viento susurraba secretos, se encontraba un lugar misterioso y temido: el Bosque de los Ecos Olvidados. Nadie recordaba su nombre verdadero, ni a las criaturas que una vez habitaron allí. Un lugar donde el tiempo parecía desvanecerse, como si el sol y la luna olvidaran su camino. El aire estaba quieto, pesado, como si el mundo entero estuviera esperando algo que nunca llegaría.
Era en este lugar donde me encontraba. Yo, un joven aprendiz en busca de poder, con las manos frías pero la mente llena de sueños. Mi deseo era claro, aunque mi corazón estuviera lleno de dudas. La oscuridad que me rodeaba no me asustaba, sino que me llamaba, me atraía. Quizá nunca podría volver a lo que conocía, pero eso ya no importaba. Ya había cruzado el umbral, y lo que me esperaba más allá del tiempo, en este lugar olvidado, era lo único que me importaba.
Recorrí el bosque en silencio, mis pasos resonando como ecos en la vastedad del lugar. Los árboles se alzaban como gigantes dormidos, sus ramas entrelazadas formando un techo impenetrable. Cada paso que daba parecía hacer temblar el aire, como si los propios árboles estuvieran observándome. Las sombras se alargaban y se retorcían, a veces creí ver algo que se movía entre ellas, pero mis ojos no se atrevían a confirmar lo que sentía.
Mi nombre es Kronar, un joven aprendiz que desde pequeño soñó con controlar el tiempo. Mis padres me enseñaron que el tiempo era un regalo, pero siempre sentí que era una prisión, algo que se nos escapa entre los dedos. Sentía una insatisfacción profunda, como si el mundo se desmoronara lentamente y yo no pudiera detenerlo. La muerte de mi hermano menor, a quien había prometido proteger, me dejó una cicatriz en el alma. Fue entonces cuando decidí que, si el tiempo no podía ser detenido, yo encontraría una manera de hacerlo.
Mi corazón ardía con el deseo de cambiar el curso de la vida y la muerte. Había oído hablar de un antiguo altar escondido en este bosque, un artefacto de poder inimaginable que podría darme el control sobre el tiempo. No sabía si sería capaz de usarlo, pero mi hambre por ese poder era más fuerte que cualquier duda.
Mi objetivo estaba cerca. Sabía que debía encontrarlo. El antiguo altar, cubierto de musgo y raíces, aguardaba en el centro del bosque. Había leído sobre él en los viejos grimorios, en las páginas gastadas por el paso del tiempo. Este altar tenía la clave para todo lo que deseaba. La posibilidad de detener el tiempo, de arrancarlo de su curso natural y sumirlo en la quietud que yo anhelaba. Lo había estudiado con devoción, sin descanso. Pero, al acercarme, una duda sutil comenzó a hacer mella en mí, como un insecto minúsculo que se posaba sobre mi conciencia: ¿Qué me esperaba realmente al otro lado de ese poder?
Las preguntas inquietantes no encontraron respuesta, y con cada paso, me sentía más impelido hacia el altar. Ya no era solo la búsqueda del poder lo que me movía, sino el ansia de conocer el límite de lo que un hombre puede controlar. Sin embargo, esa sombra de duda me perseguía. ¿Podría soportar el precio de lo que estaba a punto de hacer?
A medida que me acercaba, el aire se hacía más denso. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo, como si algo estuviera alterado, como si el mismo bosque se negara a ceder ante mi presencia. Pero seguí adelante, decidido. El altar, un bloque de piedra cubierta de runas que pulsaban débilmente, era mi objetivo. La visión de su poder me cegó momentáneamente, haciendo desaparecer mis dudas, reemplazándolas con una visión nítida de mi futuro: un futuro dominado por el control absoluto sobre el tiempo.
Al poner mis manos sobre el altar, sentí una vibración que recorría mis venas. Las runas comenzaron a brillar con una luz tenue, como si reconocieran mi toque. El poder estaba allí, esperando. No era un poder amable ni bien intencionado. Era un poder que debía ser tomado con mano firme, sin dudar.
Respiré hondo, dejando que mis pensamientos se vaciaran. Solo entonces, las palabras del hechizo comenzaron a fluir desde lo más profundo de mi ser. Aquellas palabras, olvidadas por siglos, resonaron en el aire, como un eco de los antiguos. El tiempo, esa corriente invisible que da forma a todo, comenzó a doblarse ante mí.
Pero algo no salió como esperaba.
El altar comenzó a temblar con más fuerza. Las runas brillaron intensamente, casi cegadoras, y una presión invisible empezó a apoderarse de la atmósfera. Mis manos se aferraron al altar con fuerza, pero sentí como si una fuerza oscura estuviera luchando contra mi hechizo, queriendo detenerlo.
El tiempo comenzó a fragmentarse, pero no de la forma que yo había anticipado. El bosque empezó a distorsionarse a mi alrededor. Las sombras se alargaban y se retorcían, transformándose en figuras extrañas, como si el mismo lugar tratara de defenderse de mi magia. Los árboles susurraban, y las raíces se levantaban del suelo, como serpientes amenazantes.
La presión aumentaba, y con ella, la sensación de que algo más estaba ocurriendo. ¿Era el altar realmente una fuente de poder o un artefacto diseñado para probar la verdadera voluntad del que osara usarlo? La conciencia de que mi magia podría estar alimentando el lugar y alterando algo aún más antiguo y profundo me hizo vacilar, aunque solo fuera por un segundo. Pero ya no podía retroceder.
El aire se tornó espeso, cargado de una energía palpable, y el lugar parecía estar vivo, respirando a un ritmo que no era humano. En medio de todo esto, me di cuenta de que había subestimado el altar, el bosque, e incluso el mismo poder que había buscado. Este no era un artefacto cualquiera. Había sido creado para guardar, no para otorgar, y ahora lo sabía: me había atrapado en su red.
Una burbuja de luz apareció ante mí. Estalló con un resplandor cegador. Un golpe punzante me alcanzó en el pecho, como si el propio tiempo me hubiera golpeado en el corazón. Una energía cálida, iridiscente, me envolvió y me apartó del altar, desestabilizando todo lo que había hecho.
¡No! Pensé con desesperación. ¡No puede ser!
La burbuja arcoirís me golpeó con fuerza, y la magia del lugar pareció desvanecerse. Todo lo que había logrado, todo lo que había planeado, se desmoronó ante mis ojos. La luz me cegó por un momento,el altar había desaparecido. El bosque se había desvanecido. Y allí, en medio de la nada, quedaba solo la sensación de haber perdido algo crucial. ¡Maldita llama!
Y en ese preciso momento, la luz me envolvió por completo.