Había una vez un pequeño niño llamado Guillermín. A Guillermín le encantaba explorar y vivir aventuras. Siempre vestía una camiseta blanca que le daba suerte y unos pantalones cortos azules, que le regaló su abuela.
Un día, mientras paseaba cerca de su casa, Guillermín encontró un sendero oculto que llevaba a un bosque desconocido. Su curiosidad lo impulsó a adentrarse en él, mientras el sol brillaba entre los árboles.
Al adentrarse en el bosque, se encontró con un conejo muy peculiar. Era azul y podía hablar. "Hola, Guillermín, soy Rabi, el guardián del bosque encantado," dijo el conejo.
Rabi explicó que el bosque estaba en peligro. Un hechizo había robado todos los colores, dejándolo en blanco y negro. Guillermín, con su corazón valiente, decidió ayudar.
Juntos encontraron un mapa que los llevó a tres lugares mágicos: un lago brillante, una montaña que tocaba el cielo y un antiguo árbol sabio. En cada lugar debían encontrar una gema de color.
En el lago brillante, encontraron la gema azul en manos de una graciosa nutria. La nutria les contó un chiste y, al hacerlos reír, les entregó la gema.
Al llegar a la montaña, tuvieron que escalar hasta la cima. Allí, una águila majestuosa les dio la gema roja a cambio de una promesa: cuidar siempre de la naturaleza.
El último desafío fue en el árbol sabio, donde un enigma los esperaba. Al resolverlo, el árbol entregó la gema verde y les reveló el secreto para romper el hechizo.
Con las tres gemas, Guillermín y Rabi llegaron al corazón del bosque. Allí, unieron las gemas y, como por arte de magia, los colores volvieron, llenando todo de vida y alegría.
Guillermín regresó a casa sabiendo que había hecho algo grandioso. Desde ese día, su camiseta blanca no solo era un amuleto de suerte, sino también un recordatorio de su aventura en el bosque encantado.