En el pequeño pueblo de Sombra Larga, donde los atardeceres pintan el cielo de tonos morados y las estrellas parecen charlar entre ellas, vivía una niña llamada Clara. Clara tenía un secreto peculiar: podía ver cosas que los demás no veían. No se trataba de visiones o fantasías, sino de pequeñas luces y sombras que flotaban alrededor de su casa al caer la noche.
Una tarde, mientras Clara jugaba en el patio de su casa con su gato Nebulosa, una suave bruma comenzó a formarse, más no era una bruma común. Dentro de ella, destellos de colores danzaban como luciérnagas en un campo de verano. De repente, entre esos juegos de luces, surgió una figura que flotaba en el aire, una figura que Clara nunca había visto antes: Estela Fantasmal.
Estela era una aparición curiosa, con un vestido que parecía hecho de niebla y ojos que brillaban con luz propia. Pero lo más extraño de Estela era que parecía estar terriblemente confundida. Flotaba de un lado a otro, mirando alrededor con gestos de perplejidad, murmurando cosas que Clara no podía entender.
—Hola, ¿quién eres? —preguntó Clara, intrigada.
Estela se detuvo en seco y miró a Clara con sorpresa. Parecía que no esperaba ser vista, mucho menos ser hablada.
—Yo... no estoy segura —respondió con voz etérea—. Creo que solía saberlo, pero ahora todo es tan borroso.
Clara, movida por la curiosidad y una innata bondad, decidió ayudar a Estela a recordar quién era. Juntas emprendieron una aventura que las llevó por los rincones más misteriosos de Sombra Larga. Visitaron la vieja biblioteca, donde los libros susurraban historias olvidadas; el antiguo molino, que aún conservaba el eco de antiguos trabajos, y el lago espejo, cuyas aguas se decía que reflejaban no solo rostros, sino también almas.
A cada lugar que iban, Estela recogía fragmentos de memorias que flotaban como hojas llevadas por el viento. Cada recuerdo le devolvía un pedazo de su identidad, aunque aún había confusión en sus ojos.
Una noche, mientras observaban las estrellas desde el muelle del lago espejo, Estela miró su reflejo en el agua y algo cambió. Sus ojos dejaron de ser dos faroles de incertidumbre para iluminarse con el fulgor de la comprensión.
—¡Ahora lo recuerdo todo! —exclamó—. No soy un fantasma en el sentido que tú conoces. Soy un espíritu guía; mi propósito es ayudar a las almas perdidas a encontrar su camino.
—¿Y has encontrado tu camino ahora? —preguntó Clara, un poco triste al pensar que su nueva amiga podría dejarla.
—Sí, pero mi camino ahora tiene una nueva dirección. Debo ayudarte a ti, Clara. Hay algo especial en ti, algo que ni tú misma puedes ver aún.
Intrigada y emocionada, Clara escuchó a Estela, quien le reveló que ella tenía la rara habilidad de ver entre los mundos, de percibir lo que otros no podían. Estela le enseñó a usar su don no solo para ver, sino para entender y ayudar a aquellos que estaban atrapados entre el aquí y el allá.
Juntas, Clara y Estela se convirtieron en un dúo inseparable, ayudando a espíritus a encontrar la paz y a personas a superar sus miedos y dudas. La niña que jugaba sola en su patio había encontrado no solo una amiga, sino un propósito.