En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo: “¿Sabéis que cuando yo era joven, crucé el desierto del Sahara con un camello que creía que era un caballo de carreras? ¡El pobre animal pensaba que podía ganar todas las carreras! Pero esa no es la historia que os quería contar hoy."
Hoy quiero contaros algo mucho más interesante: la vez que viajé al Japón feudal y fui el primer chef en preparar sushi para los samuráis. ¡Ah, qué tiempos aquellos!
Veréis, todo comenzó cuando, durante uno de mis viajes en busca de nuevas aventuras, terminé en Japón. No era cualquier Japón, no. Era el Japón feudal, una época de samuráis, castillos, y reglas muy estrictas. No había sitio para bromas... o eso pensaba yo.
Un día, mientras caminaba por un sendero rodeado de bambú, me encontré con un grupo de samuráis. Eran imponentes, con sus armaduras brillantes y espadas afiladas. ¡Y claro! Yo, con mi sombrero ridículo que parecía más un paraguas plegable que otra cosa, no encajaba mucho en la escena.
Ellos estaban en plena preparación para una gran batalla. Todos hablaban en voz baja, serios, como si estuvieran a punto de enfrentarse al mayor desafío de sus vidas. Pero de pronto, escuché a uno de ellos decir: “¡Estoy hambriento! No puedo luchar con el estómago vacío.” Y ahí, mis queridos nietos, se me ocurrió una idea brillante. ¡Yo podría cocinar algo para ellos!
Así que me acerqué al líder del grupo, un samurái alto y musculoso llamado Takeshi, y le dije: “Señor samurái, no soy un guerrero, pero soy un maestro en la cocina. Si me dais la oportunidad, os prepararé el mejor banquete que habéis probado jamás.”
Takeshi me miró de arriba a abajo, dudando. "¿Qué puedes hacer que nos dé la energía para la batalla?" preguntó con un tono serio. Yo, en realidad, no tenía ni idea de qué iba a preparar. Había perdido mi toque de chef profesional, y lo más complejo que había cocinado los últimos meses era una sopa de piedras. Pero en situaciones desesperadas, uno tiene que improvisar.
"Bueno… puedo hacer algo con arroz," dije, tratando de sonar seguro, aunque en realidad estaba improvisando. "Y… pescado, claro. ¡Siempre funciona el pescado! ¿Y algas? Siempre hay algas cerca, ¿verdad?"
Me puse manos a la obra, sin un plan concreto. Mientras cocinaba, uno de los samuráis se acercó y me ofreció un frasco pequeño con un líquido dentro. “Esto es vinagre. Lo usamos para limpiar armaduras porque huele tan fuerte que hasta los malos huyen.”
No sabía muy bien qué hacer con eso, pero el aroma a pescado en el aire era tan intenso que pensé, “¿por qué no?” Y así, vertí un poco de vinagre sobre el arroz cocido, esperando que al menos disimulara el olor. Para mi sorpresa, el vinagre le dio al arroz una textura pegajosa y un sabor ácido, pero agradable. Los samuráis se asomaron, curiosos, observando cómo ese arroz cambiaba mágicamente de simple comida a algo más… intrigante.
Fue entonces cuando todo se salió de control. Mientras intentaba mover el arroz a un cuenco, lo derramé accidentalmente sobre una hoja de algas marinas. No bastando con eso, las tiras de pescado que había preparado resbalaron de mis manos y cayeron justo encima del arroz. En un intento por salvar la situación y no quedar en ridículo, enrollé las algas como pude alrededor del desastre. Lo que tenía en las manos no parecía comida, sino más bien una especie de cilindro raro.
"¡Listo!" exclamé nerviosamente, tratando de mantener la compostura. "Esto es… un... eh… rollo ancestral. ¡Sí, un rollo de poder ancestral!"
Los samuráis, desconcertados, me miraron en silencio. Takeshi fue el primero en dar un paso al frente. Con su mano poderosa y su expresión de guerrero implacable, cogió el rollo y le dio un mordisco. El silencio que siguió fue tan profundo que hasta las hojas de los árboles dejaron de moverse. Todos esperábamos su veredicto.
Finalmente, Takeshi masticó lentamente, sus ojos se iluminaron, y exclamó: “¡Esto es increíble! Es ligero, ácido, y... ¡no me siento como un búfalo después de comerlo! ¡Es perfecto para luchar!”
Los otros samuráis, emocionados, empezaron a probar mis extraños rollos de arroz con vinagre y pescado. A medida que masticaban, uno de ellos exclamó: “¡Es como si el mar hubiera hecho una fiesta en mi boca, pero con un toque ácido que lo hace bailar!” Otro añadió: “¡Me siento ligero como una pluma, pero con la fuerza de diez guerreros!”
Y así, sin quererlo, acababa de inventar el sushi, aunque en ese momento no tenía ni idea de lo que había creado. Al final, los samuráis dejaron de lado sus sopas pesadas y carnes duras, y antes de cada batalla, pedían mis "rollos ancestrales". Con el tiempo, el sushi se convirtió en la comida favorita de los guerreros, y yo, sin quererlo, fui conocido como el primer chef de samuráis… aunque jamás empuñé una espada.
Y así, queridos nietos, acaba esta historia. Ahora, ¡a la cama! Mañana os contaré cómo sobreviví a la erupción del Vesubio en Pompeya gracias a una sombrilla gigante. Buenas noches y dulces sueños.