En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo: "¿Sabían que cuando yo era joven, viajé a la época de los vikingos y competí en un concurso de beber hidromiel mientras navegábamos en un drakkar? ¡Sí, y allí me enfrenté a una bandada de gaviotas con cascos vikingos! Pero esa no es la historia que os quería contar hoy".
Los ojos de los nietos se iluminaron con anticipación mientras Eloy ajustaba su sombrero de ala ancha, adornado con plumas exóticas y medallas brillantes. Con un suspiro de satisfacción, comenzó su relato de la noche.
"En realidad, la historia que os voy a contar hoy se remonta a los días de la antigua Roma. Sí, mis queridos, estuve en la mismísima Roma y me enfrenté a un ejército de gladiadores que lanzaban espaguetis. ¡Y no cualquier espagueti! ¡Espaguetis al dente, con una precisión digna de un arquero olímpico!"
Los nietos estallaron en risas, imaginando a su abuelo en medio de una arena romana, esquivando espaguetis voladores. Eloy prosiguió con una sonrisa.
"Era un día caluroso en Roma, el sol brillaba intensamente sobre el Coliseo. Los leones rugían en sus jaulas y la multitud estaba ansiosa por el espectáculo del día. Yo, por supuesto, estaba ahí para algo completamente distinto. Había oído rumores sobre un legendario tesoro escondido en algún lugar del Coliseo, y decidí que sería yo quien lo encontrara.
Caminaba por los pasillos del Coliseo, admirando las estructuras majestuosas y la arquitectura impresionante. De repente, oí un murmullo detrás de una puerta de madera maciza. La curiosidad pudo más que la prudencia, y empujé la puerta para encontrarme en una especie de cocina gigante. Pero no era una cocina normal, no señor. ¡Era la cocina del mismísimo emperador y había un ejército de gladiadores cocinando allí!
‘¡Alto ahí!’, gritaron al unísono al verme entrar. Pensé en huir, pero la puerta se cerró de golpe detrás de mí. El líder de los gladiadores, un hombre robusto con un delantal lleno de manchas de salsa de tomate, se me acercó.
‘¿Quién eres y qué haces aquí?’, preguntó con una voz que resonó en toda la sala. Me ajusté el sombrero y respondí con la mayor serenidad posible: ‘Soy Eloy, el explorador. Estoy buscando un tesoro legendario’.
Los gladiadores se miraron entre ellos y estallaron en carcajadas. ‘¿Tesoro? ¡Aquí solo hay espaguetis!’, dijo el líder. Pero entonces, su expresión se tornó seria. ‘Aunque, si logras derrotarnos en nuestro arte, podríamos decirte algo sobre ese tesoro’.
‘¿Arte?’, pregunté confundido.
‘El arte de la guerra... culinaria’, respondió el gladiador mientras sacaba una olla enorme de espaguetis humeantes. Al instante, todos los gladiadores se alinearon, cada uno con un plato de espaguetis en la mano.
‘La batalla comienza ahora’, declaró el líder. Y con una velocidad increíble, comenzaron a lanzar espaguetis hacia mí. Me moví ágilmente, esquivando los ataques de espaguetis voladores. La sala se llenó del aroma de albahaca y tomate. Por cada espagueti que esquivaba, otro parecía estar listo para lanzarse.
‘¡A la carga!’, grité con entusiasmo, agarrando una bandeja de espaguetis de una mesa cercana. Con una técnica que solo puedo describir como ballet culinario, comencé a devolver los ataques, lanzando espaguetis con tal precisión que los gladiadores quedaron asombrados.
La batalla se intensificó. Los gladiadores no se daban por vencidos, pero yo tampoco. Recordé mis días de juventud, entrenando con los mejores cocineros y espaguetis del mundo. Mis movimientos eran rápidos y calculados. Después de una feroz batalla de diez minutos, los gladiadores finalmente se rindieron, cubiertos de espaguetis y con sonrisas en sus rostros.
‘Eres digno, Eloy’, dijo el líder, sacudiendo espaguetis de su cabello. ‘El tesoro que buscas está bajo la arena del Coliseo, pero necesitarás más que solo fuerza para encontrarlo. Necesitarás ingenio’.
Agradecí a los gladiadores y salí de la cocina, aún riendo de la absurda batalla. Pero mi aventura no terminó ahí. Decidí seguir buscando el tesoro bajo la arena del Coliseo, enfrentándome a más desafíos y enigmas.
Y así, queridos nietos, acaba esta historia. Ahora, ¡a la cama! Mañana les contaré sobre cómo logré salvar la Gran Biblioteca de Alejandría de un incendio gracias a un ejército de gatos que leían libros. Buenas noches y dulces sueños."
Los nietos, llenos de risas y asombro, se dirigieron a sus camas, ansiosos por la próxima historia de su abuelo Eloy.