En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo: "¿Sabían que cuando yo era joven, viajé a la Viena clásica y me encontré con músicos fantasmas que buscaban dar un último concierto? Pero esa no es la historia que os quería contar hoy."
Era una noche fría y despejada, la luna brillaba intensamente sobre el fiordo mientras el drakkar se deslizaba por las aguas oscuras. Los remos golpeaban el agua con un ritmo constante y fuerte, marcado por los vigorosos brazos de los vikingos. Eloy, con su inseparable sombrero de ala ancha, estaba sentado en la proa del barco, sosteniendo un cuerno de hidromiel. Los vikingos, hombres corpulentos y de barbas espesas, cantaban canciones de guerra y aventura, sus voces retumbaban como truenos en la noche.
“¡Eloy! ¿Estás listo para el gran concurso de beber hidromiel?” gritó Bjorn, un vikingo de imponente estatura con una barba tan espesa que podría ocultar un ejército de ratones. Eloy se levantó, ajustándose el sombrero y sonriendo ampliamente.
“Por supuesto, Bjorn. He bebido hidromiel en lugares que ni te imaginas. ¿Te he contado de la vez que bebí hidromiel en un volcán activo? Pero esa es otra historia,” respondió Eloy, sus ojos brillando con picardía.
Los vikingos se rieron, llenando el aire con su estruendosa alegría. Se formó un círculo en medio del drakkar, y los contendientes, Eloy incluido, se alinearon con sus cuernos de hidromiel listos. El desafío no era solo beber la mayor cantidad posible, sino también resistir el potente sabor sin caer al agua, cosa que más de un vikingo había hecho en concursos anteriores.
El primer cuerno se elevó y, al unísono, los participantes comenzaron a beber. La hidromiel, dulce y fuerte, bajaba por sus gargantas como fuego líquido. Eloy bebía con entusiasmo, recordando las muchas aventuras que había vivido, y sintiendo que esta competencia era una de las más emocionantes. Alrededor, los vikingos animaban y vitoreaban, haciendo apuestas sobre quién caería primero.
De repente, un grito de alarma interrumpió la competencia. “¡Gaviotas! ¡Gaviotas vikingas!” gritó un vigía desde el mástil. Todos miraron hacia el cielo, y efectivamente, una bandada de gaviotas se acercaba, pero no eran gaviotas comunes. Estas llevaban diminutos cascos y pequeños escudos, y chillaban de manera amenazante.
Eloy se levantó tambaleándose ligeramente por la hidromiel y se puso en posición de combate, sacando su sombrero como si fuera un arma. “¡Déjenme a mí! Estas gaviotas no saben con quién se están metiendo.” Los vikingos, aunque desconcertados, dejaron a Eloy enfrentarse a las aves.
Las gaviotas descendieron en picado, atacando con sus picos y escudos. Eloy, con movimientos rápidos y precisos, usaba su sombrero para desviar los ataques. Las plumas exóticas y medallas en su sombrero brillaban bajo la luz de la luna, creando una distracción para las aves. En un giro dramático, Eloy lanzó su sombrero al aire, y las gaviotas, confundidas, lo siguieron como si fuera una presa. Con un movimiento ágil, recuperó su sombrero y las gaviotas, derrotadas y humilladas, se retiraron.
Los vikingos estallaron en vítores, levantando a Eloy en hombros. “¡Eloy, el vencedor de las gaviotas vikingas!” coreaban, y la competencia de beber hidromiel se reanudó, esta vez con Eloy como héroe indiscutible.
La noche continuó con más canciones, risas y por supuesto, más hidromiel. Eloy, siempre el narrador incansable, contó historias de sus otras aventuras, como la vez que casi se convirtió en el rey de los pingüinos o cuando ayudó a un dragón a encontrar su fuego perdido. Cada relato era más increíble que el anterior, y los vikingos lo escuchaban con admiración y asombro.
Finalmente, cuando la luna ya estaba alta en el cielo y la mayoría de los vikingos dormían o estaban demasiado borrachos para mantenerse de pie, Eloy se acomodó en un rincón del drakkar y miró las estrellas. “Mañana será otro día de aventuras,” pensó, antes de quedarse dormido con una sonrisa en los labios.
"Y así, queridos nietos acaba esta historia. Ahora, ¡a la cama! Mañana les contaré cómo en México trabajé con astrónomos aztecas para aprender a usar un calendario complejo. Buenas noches y dulces sueños."