"En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo:
—¿Sabían que cuando yo era joven, viajé a la Edad Media y fui entrenador de dragones que en realidad eran enormes cometas? Pero esa no es la historia que os quería contar hoy.
Los nietos se acomodaron en sus asientos, sabiendo que estaban a punto de escuchar otra de las increíbles aventuras de su abuelo. Eloy, ajustándose el sombrero de ala ancha y despejándose la garganta, comenzó su relato.
—Hoy os contaré sobre el tiempo en que trabajé con los aztecas en México para aprender a usar su calendario complejo.
Era un día soleado en el antiguo Tenochtitlán, y me encontraba paseando por el gran mercado. Los puestos estaban llenos de coloridos tejidos, exóticas frutas y humeantes puestos de comida que llenaban el aire con aromas embriagadores. Con mi fiel sombrero adornado con plumas exóticas y medallas de las innumerables aventuras, caminaba con la curiosidad y la picardía reflejadas en mis ojos marrones. —¡Ah, el mercado de Tenochtitlán! —dije, perdiéndome un momento en el recuerdo—. Todo era un bullicio de actividad, con comerciantes gritando sus ofertas y niños corriendo por todas partes.
Fue entonces cuando me topé con un grupo de sabios aztecas, quienes estaban discutiendo sobre los misterios del Tonalpohualli, el complejo calendario ritual de 260 días que utilizaban para marcar eventos ceremoniales y predicciones astrológicas. Intrigado por los extraños glifos y símbolos, me acerqué a los sabios con una amplia sonrisa. —¡Hola, amigos! —les dije—. Me llamo Eloy, y estoy fascinado por su calendario. ¿Podrían enseñarme a usarlo?
Los sabios, impresionados por mi audacia y mi sombrero peculiar, decidieron tomarme bajo su tutela. Lo que no sabía era que aprender a usar el Tonalpohualli no era tarea fácil. Cada día, los sabios me presentaban acertijos y problemas matemáticos tan enrevesados que sentía que mi cerebro estaba haciendo maromas dignas de un circo. —Un día, me pidieron calcular cuándo sería la próxima fiesta del dios Huitzilopochtli, basándome en la posición de Venus y la cantidad de tortugas que cruzaron el río al amanecer —recordé, riendo—. ¡Casi me desmayo!
A pesar de los desafíos, perseveré. No solo aprendí a leer los símbolos y glifos, sino que también desarrollé una amistad con los sabios. Una noche, después de un largo día de estudio, nos reunimos alrededor de una fogata. Con el resplandor de las llamas reflejado en nuestros rostros, uno de los sabios, llamado Tenoch, decidió compartir un secreto. —Eloy, has demostrado ser un estudiante dedicado y un amigo leal —dijo Tenoch—. Por eso, te revelaré el secreto del Tonalpohualli. No es solo un calendario, sino una guía para la vida.
Con los ojos bien abiertos, escuché atentamente mientras Tenoch me contaba sobre los usos ocultos del calendario, incluyendo cómo predecir eventos importantes y tomar decisiones cruciales. —Recuerdo que una vez utilicé el calendario para encontrar el mejor día para plantar maíz. ¡Y la cosecha fue tan abundante que tuvimos que invitar a todo el pueblo a la fiesta! —dije, riendo—. Incluso hicimos una piñata en forma de jaguar.
Pero la historia no termina ahí. Durante mi tiempo con los aztecas, también tuve la oportunidad de participar en ceremonias y festivales, donde aprendí danzas tradicionales y me sumergí en la rica cultura azteca. —Una vez, me pidieron que liderara una danza en honor a Tláloc, el dios de la lluvia —dije—. Llevaba un atuendo hecho de hojas de maíz y plumas, y me sentía como un pavo real en medio de un desfile. ¡Fue espectacular!
Finalmente, después de muchos meses de estudio y aventuras, llegó el momento de despedirme. Los sabios, agradecidos por mi dedicación, me regalaron un amuleto especial con el símbolo del Tonalpohualli grabado en él. —Este amuleto te recordará siempre nuestras enseñanzas y la amistad que compartimos —dijo Tenoch, entregándome el amuleto.
Conmovido, me despedí de mis amigos aztecas y emprendí mi viaje de regreso. Con el amuleto colgado alrededor de mi cuello y una sonrisa en mi rostro, sabía que había vivido una experiencia única e inolvidable
—Y así, queridos nietos —concluyó Eloy—, aprendí a usar uno de los calendarios más complejos del mundo, y gané amigos para toda la vida. Mañana les contaré sobre una aventura en la que aprendí a bailar tango en Argentina, en un concurso donde los jueces eran pingüinos. Buenas noches y dulces sueños.