En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo:
"¿Sabían que cuando yo era joven, conocí a Leonardo da Vinci y me pidió que posara para uno de sus cuadros? Pero esa no es la historia que os quería contar hoy."
"Hoy quiero contarles sobre la vez que conocí al emperador de China y cómo tuve que ayudarlo a derrotar un ejército muy peculiar... un ejército de dragones de papel."
Hace muchos, muchos años, cuando yo era joven (o eso creía yo), decidí emprender un viaje a través de las vastas tierras de Asia. Mis aventuras me llevaron hasta la imponente muralla china y más allá, hasta que un día, llegué a la capital del imperio.
Con mi usual carisma, me presenté en la corte del emperador. El emperador, impresionado por mi apariencia y mi sombrero lleno de medallas, me recibió con curiosidad.
"¡Bienvenido, viajero! ¿Qué te trae a mi palacio?" preguntó el emperador.
Con mi voz profunda y melodiosa, respondí: "He oído hablar de la gran sabiduría y la majestuosidad de su imperio, su Majestad. Pero, si me permite, ¿por qué parece tan preocupado?"
El emperador suspiró profundamente. "Mi querido Eloy, estamos bajo la amenaza de un ejército de dragones de papel. Aunque son hechos de papel, son increíblemente poderosos y nos están causando muchos problemas. Ningún guerrero ha logrado derrotarlos."
Siempre listo para una aventura, acepté el desafío sin dudar. Me llevaron a la gran sala del trono, donde se desplegó un mapa del reino mostrando las ubicaciones donde los dragones habían sido avistados.
Con un plan en mente y un poco de ingenio, me dirigí al primer lugar de ataque. Los dragones de papel eran enormes, con escamas hechas de finos pliegues de papel multicolor y ojos que parecían brillar con fuego real. Volaban con gracia, pero su presencia era aterradora.
"¡Allé voy!" grité, mientras lanzaba mi sombrero al aire. Las plumas exóticas, que no eran solo decorativas, tenían propiedades mágicas. Al tocarlas, los dragones de papel comenzaron a tambalearse y caer al suelo, inofensivos.
Con valentía y astucia, usé mi conocimiento de los vientos y la fragilidad del papel para atraer a los dragones a trampas ingeniosas. Usé agua para debilitarlos y crear barreras de viento que los hicieron caer uno a uno. Fue una lucha épica llena de momentos de tensión y humor absurdo, como cuando un dragón de papel quedó atrapado en un molino de viento y salió hecho trizas.
En una ocasión, tuve que enfrentarme a un dragón especialmente grande que lanzaba fuego de colores brillantes. Con una risa contagiosa, saqué una lupa de mi bolsillo y dirigí los rayos del sol hacia el dragón, que empezó a arder en llamas, convirtiéndose en un espectáculo de fuegos artificiales de papel.
Cada batalla se convirtió en una demostración de ingenio y humor. En un enfrentamiento, logré distraer a un grupo de dragones haciéndoles perseguir un cometa hecho de papel de arroz impregnado con tinta aromática. Los dragones, hipnotizados por el aroma, se dispersaron y cayeron en una trampa de agua.
Tras una intensa batalla, el último de los dragones fue derrotado. El emperador, agradecido y asombrado por mi habilidad e ingenio, me honró con una gran fiesta en mi honor. Hubo música, bailes, y una interminable cantidad de historias compartidas alrededor de las fogatas.
Disfruté de la hospitalidad del emperador y el pueblo chino, relatando mis aventuras y escuchando las leyendas locales. Durante la fiesta, me hice amigo de un anciano sabio que me enseñó secretos antiguos y recetas culinarias exóticas.
"Y así, queridos nietos, acaba esta historia. Ahora, ¡a la cama! Mañana les contaré el día que inventé el primer helado en la antigua Mesopotamia. Buenas noches y dulces sueños."