En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo:
—¿Sabéis que cuando yo era joven, viajé al Japón feudal y fui el primer chef en hacer sushi para los samuráis? Pero esa no es la historia que os quería contar hoy...
Ah, los etruscos. ¡Qué fascinantes eran aquellos antiguos habitantes de la península itálica! Sus ciudades estaban llenas de misterios y maravillas, pero la historia que quiero contaros hoy no es de murallas enigmáticas ni de tumbas ocultas. No, es sobre algo mucho más dulce y pegajoso: los mosaicos de caramelos.
No se que año era exactamente, me hago mayor, andaba explorando la península itálica. Mi misión en Etruria era clara: descubrir cómo vivían estos enigmáticos habitantes, cuyos secretos aún no se habían desvelado por completo. En mi llegada a la ciudad de Tarquinia, me encontré con una bulliciosa actividad en el centro de la plaza principal. Los etruscos estaban trabajando en la creación de un mosaico monumental para adornar el nuevo templo de la ciudad, dedicado a Tinia, su dios del cielo y del rayo.
El líder del proyecto, un hábil artesano llamado Larth, estaba a cargo de este ambicioso esfuerzo. Larth era conocido por su destreza en la creación de mosaicos con piedras y cerámica, pero este proyecto tenía un desafío adicional: debía ser la pieza central de las festividades que marcarían el centenario de la fundación de Tarquinia. Larth y su equipo trabajaban con fervor, pero algo no estaba del todo bien. El mosaico parecía plano y carente del esplendor que esperaban.
Decidí acercarme para ofrecer mi ayuda. Larth, con los ojos tan redondos como las aceitunas en una jarra de vinagre, me miró con una mezcla de curiosidad y perplejidad, como si le hubiera propuesto decorar el templo con plumas de pavo real. Tras un breve intercambio de palabras, le expliqué mi plan disparatado: convertir el mosaico en una explosión de caramelos. Larth, aunque al principio pensaba que quizás le había caído un rayo de Tinia en la cabeza, aceptó escucharme. En Etruria, nadie había oído jamás de alguien que sugiriera una idea tan absurda.
Con el permiso de Larth, saqué mi reserva de caramelos. Era una colección variada que había traído para ocasiones especiales, pensada para compartir con amigos y colegas en mis viajes. Los caramelos eran de todos los colores y sabores imaginables, y sus brillos y formas prometían transformar el mosaico de manera sorprendente.
Empezamos a trabajar juntos en la transformación del mosaico. Primero, me tomé un momento para mostrar a Larth y su equipo cómo cortar los caramelos en trozos diminutos. Utilicé una pequeña navaja, afilada como la lengua de un dragón, para hacer cortes precisos que dieran a los caramelos formas geométricas y perfectas. Les expliqué cómo cada pedazo debía encajar como un rompecabezas, manteniendo la integridad del patrón sin que se desmoronara bajo el calor del sol. Con esta técnica, los caramelos brillaban con una intensidad que desafiaba la luz del día.
Larth y su equipo, que al principio miraban los caramelos como si fueran serpientes en lugar de dulces, pronto se dejaron llevar por la idea. Corté los caramelos en pedacitos diminutos y les enseñé cómo integrarlos en el diseño. Propuse un patrón de espiral que se enroscaba como una danza de colores enloquecida, algo que atraparía la luz de una manera tan mágica que parecía como si el propio sol estuviera lanzando confeti. Sin duda, este mosaico haría que los festivales parecieran un carnaval celestial.
Mientras trabajábamos, comenzamos a escuchar rumores sobre la competencia. El sacerdote del templo, Velthur, había anunciado una ceremonia especial para la revelación del mosaico, y los rivales locales estaban preparando sus propias propuestas. La presión para que nuestro mosaico fuera excepcional creció, y el equipo de Larth trabajó con más ahínco.
A medida que el mosaico de caramelos tomaba forma, la belleza del diseño comenzó a ser evidente. Los caramelos reflejaban la luz del sol y creaban un juego de colores vibrantes que contrastaban con las piedras tradicionales. Los etruscos comenzaron a acercarse para observar el trabajo y murmuraban entre ellos, asombrados por la transformación.
El día de la festividad llegó, y el templo estaba lleno de habitantes de Tarquinia, vestidos con sus mejores túnicas y adornos. La ceremonia de revelación fue un evento espectacular. Velthur, el sacerdote, lideró el rito de apertura con gran pompa, mientras los músicos tocaban melodías festivas y los bailarines ejecutaban danzas tradicionales.
Cuando finalmente se descubrió el mosaico, hubo un asombro generalizado. La combinación de los colores brillantes y el diseño intrincado hicieron que el mosaico de caramelos fuera el centro de atención. Larth y su equipo recibieron una ovación de pie, y el mosaico fue elogiado como una obra maestra que superaba todas las expectativas.
Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. La competencia, molesta por la derrota, susurraba rumores de que algunos habían intentado sabotear nuestro mosaico durante la noche. Pero, a pesar de los intentos de intriga, el esfuerzo y la creatividad del equipo de Larth triunfaron. El mosaico de caramelos permaneció intacto y deslumbrante, como un brillante faro de dulzura en medio del caos.
La celebración siguió con un festín exuberante, donde los caramelos no solo adornaban el ambiente, sino que también se ofrecían generosamente como dulces festivos. La tradición del mosaico de caramelos se convirtió en un hito perdurable en Tarquinia, un legado dulce y pegajoso que simbolizaba la creatividad y la innovación etrusca.
Sin embargo, al despedirme de Larth y su equipo, me encontré en una situación algo incómoda: nuestras manos estaban tan cubiertas de caramelo que se nos pegaban unas a otras y a todo lo que tocábamos. A pesar de la pegajosidad, sentí una profunda satisfacción y agradecimiento. Había contribuido a transformar un proyecto monumental y dejado una huella imborrable en la historia etrusca, un recuerdo que perduraría tanto en el arte como en las caries de la gente.
Así, queridos nietos, termina esta historia. Mañana os contaré cómo convencí a los mayas de construir pirámides con gelatina en lugar de piedra. Buenas noches y dulces sueños.