En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo:
"¿Sabían que cuando yo era joven, viajé a la antigua Grecia y me convertí en el mejor lanzador de discos de toda Atenas? ¡Sí, y allí me enfrenté a un cíclope en un concurso de lanzamiento de discos! Pero esa no es la historia que os quería contar hoy."
Eloy ajustó su sombrero de ala ancha, asegurándose de que la pluma exótica de color brillante estuviera en su lugar, y se inclinó hacia adelante con un brillo de picardía en sus ojos marrones profundos.
"Hoy les voy a contar sobre el día en que me convertí en el cocinero personal del faraón Ramsés II en el antiguo Egipto. ¡Sí, niños, fui el chef más famoso de todo el Nilo! Pero, como siempre, había una trampa..."
Los nietos de Eloy se acomodaron, con los ojos bien abiertos y sonrisas expectantes. El abuelo Eloy era conocido por sus relatos extravagantes y, aunque las historias siempre eran un poco difíciles de creer, todos las disfrutaban inmensamente.
"Era una mañana soleada en Tebas," comenzó Eloy, "y yo caminaba por el mercado buscando las mejores especias para mi próxima gran creación. En aquellos días, los mercados de Tebas eran un espectáculo digno de verse: comerciantes de todas partes de Egipto vendían sus productos, desde joyas relucientes hasta frutas exóticas, y el aroma de las especias flotaba en el aire, embriagador y tentador.
Mientras buscaba un buen lugar para comprar cilantro, escuché un alboroto cerca del palacio. Resulta que el cocinero del faraón había decidido renunciar repentinamente, alegando que los ingredientes en la cocina real eran insuficientes para su arte culinario. ¡Una exageración, si me preguntan a mí! El faraón Ramsés II estaba desesperado por encontrar un reemplazo, y allí estaba yo, un humilde pero audaz cocinero en el lugar y momento perfectos.
Decidí aprovechar la oportunidad. Con mi voz más segura, me presenté ante los guardias del palacio y declaré: 'Soy Eloy, el mejor cocinero de todo Egipto. Permítanme demostrar mis habilidades y les aseguro que el faraón Ramsés II quedará impresionado.'
Los guardias, sorprendidos por mi audacia, decidieron llevarme ante el faraón. Ramsés II, un hombre imponente con una mirada que podía atravesar el más duro de los granitos, me miró de arriba abajo y dijo: 'Muy bien, Eloy. Si logras preparar un festín que me sorprenda, serás mi nuevo cocinero personal. Pero si fallas... bueno, mejor no falles.'
Acepté el desafío con una reverencia y me dirigí a la cocina del palacio. Allí encontré una despensa repleta de ingredientes exquisitos: dátiles, miel, cordero, especias de todas partes del mundo conocido. Mi mente se llenó de ideas y me puse manos a la obra.
Decidí preparar un banquete con platos que nadie en Egipto había probado antes. El primer plato fue una ensalada de frutas exóticas con un toque de miel y nueces, seguido de un cordero asado con una mezcla de especias tan secreta que ni yo mismo la recordaba después. Pero el plato estrella fue un postre que llamé 'La Delicia del Nilo', una combinación de dátiles, almendras y leche de camella, todo bañado en una salsa de miel.
Cuando presenté el banquete al faraón, su expresión severa se suavizó y sus ojos brillaron de anticipación. Tomó un bocado de la ensalada, luego del cordero, y finalmente del postre. Para mi alivio, una sonrisa se dibujó en su rostro y dijo: 'Eloy, nunca había probado algo tan delicioso. Eres mi nuevo cocinero personal.'
Los nietos de Eloy se rieron y aplaudieron. El abuelo hizo una pausa para beber un sorbo de té antes de continuar.
'Pero aquí viene la parte complicada,' dijo Eloy. 'Como cocinero del faraón, no solo debía preparar festines increíbles, sino también resolver problemas culinarios de lo más extraños. Un día, el faraón me pidió que preparara un plato que hiciera reír a toda la corte. ¿Un plato que haga reír? ¿Cómo se supone que iba a lograr eso?
Después de mucho pensar, decidí preparar un plato que no solo fuera delicioso, sino que también tuviera un truco escondido. Creé unos pasteles que parecían normales, pero al morderlos, soltaban una pequeña explosión de humo de especias que hacía estornudar a todos. La corte estalló en carcajadas y el faraón quedó tan encantado que me concedió una medalla especial por mi ingenio culinario.
Los años pasaron y preparé muchos festines para Ramsés II. Cada vez, trataba de superarme a mí mismo, buscando siempre nuevos sabores y presentaciones que dejaran al faraón y su corte sin palabras. Incluso llegué a enseñar a algunos aprendices, quienes a su vez llevaron mis recetas a otras partes de Egipto y más allá.
Y así, queridos nietos, esa es la historia de cómo me convertí en el cocinero personal del faraón Ramsés II. Ahora, ¡a la cama! Mañana les contaré sobre la vez que ayudé a construir la Gran Muralla China con nada más que una cuchara de madera. Buenas noches y dulces sueños."
Con una sonrisa y un guiño, Eloy se levantó y apagó las luces, dejando que sus nietos soñaran con los increíbles relatos de su abuelo aventurero.