Había una vez, en una pequeña y olvidada isla llamada Brisacalma, un misterioso objeto que todos conocían pero nadie entendía del todo. Se trataba de un siurell. Los habitantes, amables pero algo distraídos, lo consideraban una especie de silbato, un juguete o, según los más ancianos, un artefacto místico capaz de comunicarte con las cabras. Porque en Brisacalma, si algo era místico, casi siempre tenía que ver con cabras.
El siurell, para quien no lo haya visto antes, era una pequeña figurilla de barro, pintada de blanco con detalles rojos y verdes. En su cabecita había un agujero que, si soplabas en él con la técnica correcta (algo que solo un viejo panadero con pulmones de atleta había logrado una vez en su juventud), emitía un silbido. No era un silbido común y corriente. Este sonido era como el suspiro de un búho después de una noche demasiado larga, o el intento de una tetera por no sonar desesperada.
El siurell pertenecía a Tiby, un niño de unos diez años, delgado como un espagueti y con un cabello que siempre parecía estar peleándose con el viento, aunque no hubiera viento. Tiby lo había encontrado en el ático polvoriento de la casa de su abuela, envuelto en una bufanda que olía a galletas de limón.
—Abuela —preguntó Tiby una tarde, mientras intentaba (sin mucho éxito) hacer sonar el siurell—, ¿qué es esto? He intentado soplarle, pero solo suena como un hipo asustado.
La abuela lo miró por encima de sus lentes, y con una sonrisilla que siempre la hacía parecer que sabía algo que nadie más sabía, le dijo:
—Ah, muchacho, el siurell no es para cualquiera. Ese silbato está lleno de magia antigua, la de verdad, no como esas cosas modernas con pilas. Solo responde a quien realmente sabe escuchar. ¡Hay tantas cosas que no oímos porque estamos muy ocupados hablando! Yo solía hablar con él cuando era joven, ya no me hace caso, ¡se ha vuelto muy selectivo!
Tiby entrecerró los ojos. Eso de "magia antigua" le sonaba vagamente a lo que el pescadero del pueblo decía sobre su báscula cuando intentaba cobrarle de más. Pero, intrigado, decidió llevárselo a su casa. Quizá, solo quizá, si lo seguía intentando, lograría descubrir su secreto.
La primera noche que lo tuvo en su cuarto, Tiby soñó que estaba en un campo lleno de ovejas. Las ovejas eran grandes y redondas, como nubes que alguien hubiera bajado del cielo y dejado pastar por ahí. Mientras caminaba entre ellas, una oveja muy peculiar se le acercó. Tenía gafas de sol, cosa extraña para una oveja, y un sombrero de paja.
—Eh, chico —dijo la oveja con voz grave—, eso que tienes ahí no es cualquier cosa. El siurell, quiero decir.
Tiby se rascó la cabeza, porque era lo que uno hace cuando una oveja te habla en un sueño.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, intentando sonar tan casual como se puede ser cuando te interroga una oveja de lentes oscuros.
—Nosotras las ovejas sabemos cosas —respondió la oveja, moviendo las orejas como si fuera obvio. Luego, acercándose más, añadió en un susurro—. Además, tengo una prima cabra que una vez tuvo un siurell. Lo usaba para comunicarse con... bueno, con otros seres, de esos que viven entre las nubes y los quesos. Ya sabes, seres mágicos.
—¿Seres mágicos? —Tiby estaba completamente confundido.
La oveja suspiró como quien tiene que explicarle a alguien algo muy sencillo pero, por alguna razón, resulta terriblemente complicado.
—Mira, muchacho, no tengo todo el día. Si quieres saber qué hace ese siurell, sopla justo antes del amanecer, pero asegúrate de estar de buen humor. El siurell solo responde a la felicidad. Ah, y cuida de no estar cerca de más ovejas, que nos molesta ese silbido.
Y sin más, la oveja se dio la vuelta, dejando a Tiby aún más confundido. Pero antes de que pudiera hacer más preguntas, el sueño se desvaneció.
A la mañana siguiente, Tiby despertó con una extraña determinación. Decidió que, sin importar lo raro que fuera todo aquello, intentaría hacer sonar el siurell al amanecer, tal como le había dicho la oveja.
Así que, justo cuando el cielo comenzaba a teñirse de un suave color rosado, Tiby tomó el siurell y lo sopló. Sopló con toda la alegría que podía reunir en esa hora temprana (lo cual no era mucho, dado que no había desayunado). Y, para su sorpresa, el siurell emitió un sonido, un largo y melodioso silbido que parecía envolverlo todo. Era un sonido tan suave y a la vez tan claro, que hizo vibrar el aire a su alrededor, como si todas las cosas hubieran estado esperando oírlo.
Tiby se quedó quieto, escuchando el eco del silbido del siurell desvanecerse en la calma del amanecer. Algo en el aire había cambiado. Todo parecía más nítido, más vivo. Las hojas de los árboles susurraban un poco más fuerte, el agua del arroyo cercano brillaba con un destello que antes no había notado. Pero lo más extraño de todo fue la presencia de las cabras. Sin que él las hubiera visto llegar, un grupo de ellas se había reunido alrededor de él, mirándolo con esos ojos serenos y profundos que solo las cabras tienen.
Una de ellas, una cabra de pelaje gris y cuernos retorcidos, se adelantó y lo observó con una especie de reverencia. Tiby no sabía qué hacer, pero recordó lo que había dicho la oveja en su sueño: "El siurell solo responde a la felicidad." Así que, tomando una gran bocanada de aire, sonrió. Sonrió como nunca antes lo había hecho, con todo el corazón, y volvió a soplar el siurell.
Esta vez, el sonido fue diferente. Era como si el viento hubiera decidido contar un secreto. Las cabras, en lugar de inquietarse, comenzaron a moverse con gracia, formando un círculo alrededor de Tiby. De repente, empezaron a silbar con él. Sí, las cabras silbaban, creando una melodía tan antigua que parecía haber sido olvidada por el mundo. El aire se llenó de música, y Tiby sintió que algo profundo se conectaba dentro de él, algo más allá de las palabras.
—Es real —susurró para sí, asombrado.
La cabra gris lo miró con una expresión que casi parecía una sonrisa, y en ese momento, Tiby lo entendió todo: el siurell no era solo un juguete ni un simple artefacto místico. Era una llave, una puerta hacia un mundo que los habitantes de Brisacalma habían olvidado hacía mucho tiempo. Era un puente entre lo cotidiano y lo mágico, entre los humanos y los seres que habitan entre las nubes y los quesos, como la oveja de su sueño había dicho.
De pronto, la cabra gris se acercó aún más y, con voz suave pero clara, habló:
—Bienvenido, Tiby. El siurell te ha aceptado, y ahora tienes la responsabilidad de mantener vivo su legado. No es solo para comunicarte con las cabras, es para recordar que en cada rincón de este mundo, lo mágico está esperando a ser escuchado.
Tiby, aún con el siurell en la mano, sintió una mezcla de asombro y emoción. No entendía del todo lo que la cabra había dicho, pero en el fondo sabía que su vida nunca volvería a ser igual. Porque ahora, había descubierto un secreto que pocos podrían imaginar: en Brisacalma, lo imposible era solo cuestión de saber escuchar el viento y las cabras... y de mantener siempre un poco de felicidad en el corazón.
Y así, con el primer rayo de sol iluminando su rostro, Tiby sonrió una vez más, consciente de que su aventura apenas comenzaba.