En un lugar remoto y olvidado por los mapas, existía un pequeño pueblo cubierto por una espesa niebla casi todo el año. En este peculiar lugar, conocido como Veloneblina, había una peculiaridad aún más extraña que su perpetuo manto gris: nadie en el pueblo podía terminar las historias que comenzaban. Cada cuento, cada leyenda, y cada anécdota quedaba siempre inconclusa, colgando en el aire como un susurro perdido en el viento.
Fue en Veloneblina donde Gregorio, nuestro querido Finalizador, decidió detenerse tras oír sobre este extraño dilema. Tras transformar su propia ciudad, donde ahora cada final era una celebración, Gregorio sintió el impulso de ayudar a este misterioso pueblo.
A su llegada, fue recibido por una anciana llamada Maribel, la bibliotecaria del pueblo, quien le contó sobre el "Hechizo del Nunca Acabar." Según Maribel, hacía muchos años, un escritor despechado por críticas injustas lanzó una maldición sobre Veloneblina, asegurando que ninguna historia contada allí tendría jamás un final, como eterno castigo por no apreciar su obra.
Gregorio, con su sombrero de aventurero y su mochila llena de herramientas para concluir lo inconcluso, sabía que este sería uno de sus retos más grandes. Decidió comenzar por el lugar más lógico: la biblioteca. Allí, entre libros polvorientos y manuscritos a medio escribir, buscó cualquier pista que pudiera llevarlo a romper el hechizo.
Con la ayuda de los niños del pueblo, quienes se mostraron entusiasmados con la idea de tener cuentos con finales felices, Gregorio organizó una gran "Fiesta de los Finales". Juntos, recopilaron todas las historias inconclusas y se dieron a la tarea de inventar finales para cada una de ellas.
La primera historia fue la de un caballero que partió en busca de un dragón para salvar a su aldea pero nunca regresó. Los niños, llenos de imaginación, decidieron que el caballero había aprendido a vivir en armonía con el dragón y juntos protegían la aldea. Al contar este nuevo final en voz alta, un rayo de sol perforó la niebla por primera vez en décadas, como un signo de aprobación.
Motivado por este éxito, Gregorio continuó con esta encantadora tarea, día tras día, historia tras historia. Desde la leyenda de la Dama de la Niebla, que supuestamente se perdía siempre en su propio velo, hasta el misterio del reloj que nunca marcaba la medianoche. Uno a uno, los cuentos de Veloneblina encontraban su conclusión.
No pasó mucho tiempo antes de que el pueblo entero se involucrara. Cada noche, alrededor de grandes fogatas, los habitantes de Veloneblina compartían sus nuevas versiones de las viejas historias, cada una con un final más creativo y esperanzador que el anterior.
Finalmente, en la última noche de la Fiesta de los Finales, justo cuando Gregorio narraba el último cuento, la niebla se disipó completamente, revelando estrellas que brillaban como si aplaudieran el fin de la maldición. Veloneblina, el pueblo de nunca acabar, se había liberado del hechizo y ahora podía disfrutar de la belleza de cada historia concluida.
Gregorio, viendo que su trabajo en Veloneblina había llegado a su fin, se despidió de Maribel y los nuevos amigos que había hecho. Con una sonrisa y el corazón lleno de historias, se dirigió hacia el horizonte, listo para encontrar nuevos lugares donde los finales aún eran necesarios. Y así, el Finalizador continuó su camino, dejando detrás un pueblo lleno de finales felices y el eco de cuentos que ahora sí, tenían un final.