En un pequeño pueblo, rodeado de verdes colinas y brillantes ríos que danzaban como si tuvieran vida propia, había un sonido peculiar que hacía que todos se estremecieran. Era un chirrido aterrador, un ruido que resonaba cada vez que alguien abría o cerraba una puerta. Este chirrido, que parecía salir directamente de los cuentos de miedo, llenaba a los habitantes de inquietud y temor.
Los niños del pueblo, con sus ojos grandes y brillantes, susurraban historias en los patios de las casas, hablando del Monstruo del Chirriar, una criatura misteriosa que se decía que vivía en las puertas. “¡Cuidado!”, decían, “cuando escuches ese chirrido, el monstruo está ahí, ¡es un ser peludo que se alimenta del miedo!” Algunos afirmaban que tenía garras largas y afiladas, y otros decían que sus ojos eran como dos faros en la oscuridad.
Pero había uno entre ellos, un niño valiente llamado Leo, que estaba decidido a descubrir la verdad. “No puede ser tan aterrador”, pensó mientras se asomaba por la ventana de su habitación, mirando hacia las puertas del pueblo. “Quizás el Monstruo del Chirriar sólo busca un amigo”. Con un espíritu aventurero y su inseparable linterna en mano, Leo decidió que esa misma noche, cuando la luna iluminara el camino, iría a enfrentarse al monstruo.
La noche llegó y la luna brillaba como un enorme farol en el cielo. Leo se puso su abrigo más grueso, aquel que le había tejido su abuela, y salió de su casa, decidido a descubrir el misterio que envolvía al chirrido. Caminó por las callejuelas del pueblo, y cada vez que alguien abría una puerta, el chirrido resonaba con fuerza, como si le diera la bienvenida.
“¿Qué es eso?”, exclamó un gato negro que cruzó su camino, arqueando la espalda. “Es el Monstruo del Chirriar, claro está. Te va a atrapar, niño”. Pero Leo, con su corazón latiendo como un tambor, continuó avanzando. Finalmente, llegó a la puerta más chirriante del pueblo, una puerta de madera vieja que había visto mejores días. Con un suspiro profundo, dio un paso adelante y, con un golpe de valor, la empujó.
¡CHIRRIIIIID!
El sonido retumbó en el aire como si un millón de grillos hubieran decidido cantar al unísono. Pero lo que Leo encontró al abrir la puerta no fue el aterrador monstruo que había imaginado. En cambio, frente a él había una criatura peluda, con grandes ojos redondos que brillaban como estrellas. Tenía una sonrisa que podría derretir el más helado de los temores.
“¡Hola, humano!” dijo la criatura, que se presentó como Chirrido. “¿Tú también has venido a quejarte del chirrido? Me alegra conocer a alguien que no se esconde detrás de las puertas”.
Leo, atónito, no podía creer lo que veía. “¿Eres tú el Monstruo del Chirriar?”, preguntó con una mezcla de curiosidad y alivio.
“Sí, así es”, respondió Chirrido, haciendo una reverencia exagerada. “Soy el Monstruo del Chirriar, pero no te preocupes, no muerdo. ¡Solo me gusta hacer ruido y divertirme!”
“Pero todos en el pueblo tienen miedo de ti”, dijo Leo, rascándose la cabeza. “Se dicen cosas horribles sobre ti. ¿Por qué haces ese chirrido?”
Chirrido se rió de una forma tan contagiosa que Leo no pudo evitar unirse a la risa. “¡Oh, querido amigo! El chirrido es simplemente mi forma de hablar. A veces, cuando me siento especialmente juguetón, hago un chirrido fuerte. Pero no es un grito de miedo, ¡es un llamado a la diversión!”
Leo, sintiendo que había encontrado a un amigo en Chirrido, decidió pasar la noche conversando con él. Chirrido le contó historias absurdas sobre su vida. “Una vez, intenté asustar a un grupo de pájaros, pero ellos se rieron tanto de mi chirrido que decidí hacerme amigo de ellos. Ahora todos los días me traen semillas de girasol. ¡Me encanta su compañía!”
La noche avanzó, y Leo se dio cuenta de que el monstruo no era más que una criatura solitaria que anhelaba compañía y risas. “¿Por qué no intentamos hacer reír a los demás?”, sugirió Leo. “Si todos supieran que no eres aterrador, quizás podrían divertirse contigo”.
Chirrido se iluminó al escuchar la idea. “¡Es un plan brillante! Pero primero, necesito algunos chistes. ¿Tienes alguno en mente?”
Leo pensó por un momento y sonrió. “¿Qué tal este? ¿Por qué las puertas nunca hacen ejercicio? Porque tienen miedo de chirriar”. Ambos estallaron en carcajadas, y Leo no podía creer lo divertido que era Chirrido.
Comenzaron a crear un montón de chistes absurdos sobre puertas y chirridos. “¿Qué hace una puerta en el gimnasio? ¡Entrena su chirrido!”, decía Chirrido, y Leo no podía parar de reír. La idea de que un monstruo pudiera ser tan gracioso llenaba de alegría el aire.
Así pasaron la noche, haciendo reír a la luna y las estrellas, hasta que se dieron cuenta de que ya era casi de día. “¡Debemos llevar esto al pueblo!”, exclamó Leo, emocionado. “Si hacemos que la gente se ría, el chirrido se convertirá en algo bueno en lugar de ser algo aterrador”.
Con el primer rayo de sol asomando, Leo y Chirrido se dirigieron al pueblo. Al llegar, encontraron a los vecinos temerosos, cerrando sus puertas con rapidez cada vez que escuchaban el chirrido. Leo, decidido a cambiar eso, se subió a una pequeña caja en la plaza del pueblo.
“¡Atención, atención! ¡No tengan miedo! El Monstruo del Chirriar no es lo que parece”, gritó Leo, haciendo que todos se detuvieran y miraran. “Es un amigo que solo quiere hacerlos reír”.
La multitud se miró entre sí, incrédula. “¿Cómo puede ser eso posible?”, murmuró una anciana con un sombrero amarillo. “Siempre pensamos que era un monstruo espantoso”.
“Es cierto”, dijo Leo, señalando a Chirrido que estaba un poco detrás, moviendo sus grandes orejas peludas. “¡Déjenlo mostrarles lo divertido que puede ser!”
Chirrido salió de las sombras con un gran salto y, para sorpresa de todos, empezó a contar chistes. “¿Por qué los fantasmas nunca mienten? Porque se les ve a través”, dijo, y la multitud, al principio reacia, empezó a reírse. Era una risa suave, como el murmullo de un arroyo.
“¡Vamos, vamos, más chistes!”, gritó un niño del fondo. “Queremos reír más!”
Y así, Chirrido siguió contando chistes y Leo lo ayudaba con su ingenio. La plaza se llenó de risas, y el chirrido que antes había sido un símbolo de terror se convirtió en una señal de alegría. Cada vez que alguien abría o cerraba una puerta, la gente ya no temía el chirrido; en cambio, todos empezaban a reír y a contar chistes en voz alta.
“¿Qué hace una puerta en el banco? ¡Ahorra chirridos!”, gritó un niño pequeño, y todos estallaron en carcajadas. Pronto, el chirrido de las puertas del pueblo se convirtió en el ruido de la risa, y cada vez que se escuchaba, la gente sabía que era momento de contar otro chiste.
Chirrido, con su gran corazón peludo, se convirtió en un héroe local. Cada semana, organizaba reuniones en la plaza, donde todos se reunían para contar chistes y celebrar la amistad. Las puertas chirriantes del pueblo no eran motivo de miedo, sino de diversión y alegría.
La leyenda del Monstruo del Chirriar cambió por completo. Ahora, en lugar de asustar a los niños, Chirrido era el mejor amigo de todos. “¡Es el monstruo más divertido de todos los tiempos!”, gritaban los niños, corriendo hacia él cada vez que lo veían.
Con el tiempo, el pueblo se llenó de colores y risas, y el chirrido se volvió una tradición. Las familias decoraban sus puertas con cintas de colores y cada vez que alguien abría o cerraba una, era como si se abriera una ventana a la risa.
Así fue como el Monstruo del Chirriar dejó de ser un ser aterrador y se convirtió en el alma de las fiestas del pueblo. Y aunque el chirrido seguía resonando en el aire, ahora sonaba como una melodía alegre que traía a todos juntos. Cada puerta que se abría era un recordatorio de que no hay que temer lo desconocido, porque, a veces, detrás del chirrido hay un amigo esperando para hacerte reír.