Sombra Larga siempre había sido una ciudad sombría, llena de calles empedradas, parques desordenados y una niebla persistente que parecía nunca despejarse. Como agente del Sistema de Distribución de Gatos (SDG), había recorrido muchas de sus esquinas oscuras, pero lo que estaba por suceder cambiaría todo lo que pensaba saber sobre la ciudad y sus felinos.
Un día gris y sin distinción de otros, entré en la Oficina Central del SDG. Doña Elena, la jefa del departamento, estaba concentrada en su escritorio, con la mirada fija en un montón de papeles. Levantó la vista al verme entrar y, sin decir palabra, me entregó una fotografía. En ella, un gato de pelaje oscuro y una cresta brillante de colores brillantes, que reflejaba los matices de un arcoíris apagado, me observaba fijamente. Sus ojos, intensos y despiertos, transmitían una fuerza difícil de ignorar.
—Este es Frontie —dijo Doña Elena con tono grave—. Está causando un gran revuelo. Está organizando a los gatos de Sombra Larga y ha comenzado a incitar a muchos a cuestionar su lugar en la ciudad. Necesito que lo encuentres y averigües qué está pasando. No podemos permitir que esto se descontrole.
Miré la foto con atención. Un gato con una cresta tan inusual no era común. Algo en su mirada y su presencia me decía que esta misión sería más complicada de lo que pensaba.
Al salir de la oficina, me sumergí en las calles de Sombra Larga, el sonido de mis pasos resonando en el pavimento empedrado. El aire estaba cargado de humedad, y la niebla flotaba como una capa que escondía más de lo que revelaba. Algo en el ambiente indicaba que este día sería diferente.
Mientras caminaba, me encontré con un par de gatos. Sus ojos fijos me observaban, pero no parecían tener miedo. Parecía como si estuvieran esperando algo. Los seguí con la mirada, preguntándome si ya había comenzado la influencia de Frontie sobre ellos.
Poco después, un maullido profundo y resonante cortó el aire. Me detuve de golpe. Desde la esquina de un parque, envuelto en la niebla, vi una figura familiar: Frontie. Su pelaje oscuro y su cresta de colores llamativos lo hacían destacar en la neblina, pero lo que realmente me llamó la atención fue su postura. No estaba solo. Lo rodeaban otros gatos, observándolo con atención.
Me acerqué sin hacer ruido, manteniéndome en las sombras. Los gatos se movían en perfecta sincronización, como si estuvieran esperando una señal. Frente a ellos, Frontie se mantenía erguido, su mirada fija en el horizonte, como si dirigiera a una multitud invisible.
Algo en la escena me hizo sospechar. No era la típica reunión de gatos. No se veía caos ni agresividad, pero sí una extraña tensión, como si todos estuvieran reunidos por una razón más profunda que simplemente compartir espacio. No era la típica caza o una reunión casual de gatos callejeros. Frontie no era simplemente un gato que se destacaba por su aspecto; había algo más.
Poco a poco, me fui acercando y vi cómo varios gatos se agruparon alrededor de Frontie. Algunos se tocaban suavemente con las patas, otros se acurrucaban cerca de él, buscando su cercanía, y todos parecían mirarlo con una devoción silenciosa. Era claro que no era solo el atractivo físico de Frontie lo que los atraía. Había una conexión más profunda, algo intangible que los unía.
Observando desde un rincón, me percaté de que los gatos no se mostraban agresivos entre sí. Aunque todos parecían estar esperando algo, la sensación no era de ansiedad ni violencia, sino de expectación, como si estuvieran en un lugar de encuentro, no por casualidad, sino por una necesidad compartida.
De repente, algo cambió en el aire. Los gatos comenzaron a moverse como si recibieran una señal invisible. Se desparramaron por el parque, no de manera caótica, sino en un patrón sincronizado. Algunos saltaron a las paredes cercanas, otros se acercaron a las sombras, y algunos más se retiraron a las calles aledañas, como si todo fuera parte de un plan previamente acordado.
A pesar de que los gatos no se comunicaban de forma verbal, algo en sus movimientos y en sus miradas me hizo entender lo que estaba sucediendo. Frontie había logrado algo mucho más significativo que simplemente convertirse en el líder de un grupo. Él representaba algo que los gatos de Sombra Larga habían estado buscando: un propósito, un lugar en la ciudad que siempre los había ignorado.
Era entonces cuando me di cuenta de que el verdadero conflicto no radicaba en la presencia de Frontie, ni en su habilidad para comandar a los gatos. El conflicto era mucho más profundo: los gatos de Sombra Larga se sentían invisibles, relegados a los rincones oscuros de la ciudad, sin importarles a los humanos ni a la misma ciudad que los albergaba. Frontie no era un instigador de caos; era una manifestación de la frustración acumulada de años de desdén.
La niebla que había comenzado a levantar de forma natural, comenzó a envolver el parque con una densidad mayor. Los gatos seguían dispersándose, pero ahora el ambiente parecía cargado con una nueva tensión. Era como si la ciudad misma temiera que algo cambiara, que los gatos de Sombra Larga ya no fueran invisibles. La pasividad de la ciudad podría estar al borde de romperse.
Cuando regresé a la Oficina Central con Frontie, Doña Elena me observó en silencio. Al menos no habíamos llegado a una crisis, pero sabía que el futuro sería diferente. Sombra Larga siempre había sido una ciudad de sombras, pero algo había cambiado esa tarde, y no sería fácil volver atrás.
—Sombra Larga siempre será una ciudad llena de sombras —dijo Doña Elena, mientras observaba a Frontie con una leve curiosidad—. Pero la clave está en saber cuándo es el momento de dar un paso atrás. Los gatos siempre han tenido su lugar aquí, solo que a veces necesitan recordarlo.