En el lejano pueblo costero de Nublamar, los relatos sobre las aguas oscuras y tempestuosas eran parte de cada hogar, de cada fogata y de cada noche estrellada. Los ancianos contaban historias de un monstruo gigante, el Kraken, que vivía en las profundidades del océano, rodeado de misterio y temor. Este ser, según las leyendas, emergía durante las noches de tormenta, liberando su aterrador grito que resonaba hasta el último rincón del pueblo.
Nublamar era conocido por sus pescadores valientes y sus barcos que desafiaban las olas para traer el sustento diario. Sin embargo, cada vez que se aproximaba una tormenta y el cielo se teñía de un gris oscuro, el temor se apoderaba de todos. Las madres apresuraban a sus hijos bajo techo, los pescadores aseguraban sus embarcaciones, y las ventanas se cerraban fuertemente para bloquear el sonido que pronto inundaría el aire: el grito del Kraken.
La noche en que todo cambió, el cielo estaba particularmente furioso. Las olas golpeaban con furia mientras una densa niebla envolvía el pueblo. Fue entonces cuando Luca, un joven curioso y desafiante, decidió que era el momento de enfrentar el miedo que había ensombrecido su pueblo durante generaciones.
Equipado con una linterna y el viejo abrigo de su abuelo, Luca se escabulló fuera de su casa y corrió hacia el muelle. Allí, desatendido y mecido por las olas, estaba el "Valiente", un pequeño bote que había pertenecido a su abuelo, un famoso pescador de Nublamar. "Es ahora o nunca", pensó Luca, mientras desataba la cuerda y empujaba el bote hacia las oscuras aguas.
Mientras remaba mar adentro, el viento soplaba fuerte, y la niebla se hacía cada vez más espesa. Luca podía sentir el miedo arrastrándose por su espina dorsal, pero su determinación era más fuerte. No pasó mucho tiempo antes de que un sonido bajo y gutural comenzara a vibrar a través del aire, un sonido que hacía que el corazón de Luca latiera con fuerza. Era el grito del Kraken.
El sonido se intensificaba a medida que Luca se adentraba más en el océano. Justo cuando pensó en regresar, una enorme sombra emergió a través de la niebla. Luca se quedó inmóvil, su corazón se detuvo por un momento. Ante él, emergiendo de las profundidades, había una criatura inmensa con tentáculos que se extendían a través del agua, pero había algo inusual en ella: su piel era de colores brillantes, casi iridiscentes, bajo la luz de su linterna.
Con cautela, Luca se acercó. La criatura lo miró, y en lugar del temido grito, emitió un sonido suave y melódico. Luca, superando su miedo inicial, extendió su mano hacia uno de los tentáculos. El "Kraken", lejos de ser el monstruo de las historias, era en realidad un gigantesco calamar, colorido y amigable. Sus "gritos" no eran más que llamados, intentos de comunicarse o quizás de jugar.
El calamar jugueteaba alrededor del bote, y Luca se rió, maravillado por la verdadera naturaleza de la criatura. Pasaron horas, y Luca aprendió los movimientos y sonidos del calamar, entendiendo que muchas veces, el miedo viene de lo desconocido.
Con el amanecer, Luca regresó a Nublamar, acompañado por el calamar, al que ahora llamaba "Kiko". Al acercarse al muelle, los pescadores y familias que habían salido a buscar a Luca se quedaron boquiabiertos al ver al gigante y colorido calamar jugando cerca del bote.
Luca contó su historia, cómo el temido Kraken era en realidad Kiko, un calamar gigante y amistoso. Poco a poco, el miedo se disipó entre los habitantes de Nublamar, reemplazado por una sensación de asombro y curiosidad. Las noches de tormenta ya no eran momentos de miedo, sino de encuentro, donde Kiko salía a saludar y jugar con quienes ahora consideraba sus amigos.
Nublamar cambió para siempre esa noche. El grito del Kraken, ahora conocido como el canto de Kiko, se convirtió en un símbolo de unión y de cómo el entendimiento puede transformar el miedo en amistad. Luca, por su parte, nunca dejó de explorar, convencido de que detrás de cada leyenda, hay una historia esperando ser descubierta.