En una acogedora casa de un pequeño pueblo, Eloy siempre espera con ansias la llegada de sus nietos. Cada noche, alrededor de una chimenea chispeante y con una sonrisa traviesa, comienza sus relatos diciendo: "¿Sabéis que cuando yo era joven, viajé a Wurzburgo y competí en un torneo de justas montado en un avestruz? ¡No sabía que los avestruces no eran muy buenos con las armaduras! Pero esa no es la historia que os quería contar hoy."
Eloy se acomoda en su sillón, mira a sus nietos con ojos chispeantes y empieza a relatar:
Era una mañana abrasadora en Marrakech, y yo, con mi sombrero de ala ancha y una jarra de agua que parecía tan pesada como el desierto mismo, estaba en busca de un camello para cruzar el Sahara. Pero no uno cualquiera, claro; buscaba algo especial. ¿Quién iba a imaginar que mi deseo se iba a cumplir de una manera tan extravagante?
Me dirigí al mercado de camellos, un lugar bullicioso y lleno de colores y sonidos, con comerciantes que voceaban sus ofertas como si estuvieran en un mercado de pulgas en lugar de una feria de camellos. Entre el jaleo, un camello en particular captó mi atención. Era alto, de un dorado brillante que reflejaba el sol con la intensidad de una estrella fugaz, y tenía una mirada tan viva que parecía más un corredor de carreras que un simple camello del desierto. Decidí que ese sería mi compañero de viaje, y así, le di a Zarabé su nombre oficial, que sonaba más como el de un caballo ganador de carreras que el de un camello.
En el momento en que me subí a Zarabé, supe que había algo especial en él. En lugar de andar con la calma relajada de un camello típico, Zarabé parecía estar a punto de saltar de la línea de salida en cualquier momento. “¡Vamos, Zarabé!” le animaba, mientras él hacía una especie de galope inusual en medio del mercado, sorprendiendo a todos con sus movimientos rápidos y casi acrobáticos. ¡Ya había empezado la carrera, aunque aún no hubiéramos salido del mercado!
Cuando finalmente nos aventuramos al desierto, Zarabé no tardó en demostrar su amor por la velocidad. Lo que en un camello normal sería un paso pausado se convirtió en un frenético trote que hacía que las dunas se deslizasen bajo nosotros como si estuviéramos montando una ola de arena. La sensación era fantástica, pero la realidad pronto nos golpeó con la furia del desierto.
“¡Zarabé, no tan rápido!” gritaba, pero él sólo aumentaba la velocidad, como si estuviera en una carrera de velocidad contra el desierto mismo. ¡Y en un abrir y cerrar de ojos, pasaron cosas tan absurdas como inesperadas!
Primero, ¡pam! La duna más alta del desierto apareció frente a nosotros como un muro de arena. Zarabé, en su entusiasmo desenfrenado, decidió que sería divertido saltarla. En lugar de simplemente subir, ¡pum! Zarabé nos lanzó por los aires como si estuviéramos en una montaña rusa de arena. El viento nos envolvió y, mientras girábamos en el aire, mis gafas volaron, y mi sombrero terminó en la cabeza de un dromedario que pasaba por allí. El pobre dromedario, desconcertado, miraba al cielo como si esperara que le cayera un premio de la lotería.
Cuando finalmente aterrizamos en la arena, todo era caos. Zarabé, con la energía de un torbellino, decidió que la tienda de campaña debía ser construida en medio de este caos. ¡Y de repente! La tienda no sólo se cayó una y otra vez, sino que se enredó con las patas de Zarabé y terminó formando un tipo de nido desordenado de tela y cuerdas. Zarabé, en lugar de intentar arreglarlo, encontró la arena mucho más cómoda y se acomodó en un rincón, aplastando la tienda bajo su peso, como si fuera una especie de cama improvisada.
Y justo cuando pensábamos que la locura no podía ir a más, ¡bam! Las caravanas que pasaban por allí se detuvieron a mirar el espectáculo. Los nómadas y comerciantes estaban boquiabiertos, observando cómo Zarabé giraba y corría alrededor de nuestra tienda caótica. Los comerciantes de camellos, al ver el espectáculo, comenzaron a reírse a carcajadas y a hablar de Zarabé como el “camello corredor” más rápido del desierto. Antes de que nos diéramos cuenta, se había formado una especie de carrera improvisada de camellos, con Zarabé siempre en primer lugar y los demás camellos tratando desesperadamente de seguirle el ritmo, tropezando y dando vueltas en un torbellino de arena.
La noche caía, y lo que parecía ser un simple viaje se había convertido en una fiesta del desierto que nadie había anticipado. Entre carreras alocadas y camellos tropezando, la aventura seguía sin dar tregua.
De repente, Zarabé, agotado de tanta emoción y acción, mostró una habilidad sorprendente: no solo era el camello más rápido en carrera, sino también el más rápido en quedarse dormido. En un abrir y cerrar de ojos, Zarabé se desplomó en la arena con una velocidad que parecía desafiar las leyes de la física. ¡Pum! El camello estaba en modo sueño profundo, con sus patas extendidas y su cuerpo completamente relajado. Era como si hubiera pulsado un botón de "apagado rápido" en medio de la fiesta del desierto.
Sus ronquidos eran como pequeños truenos suaves en el desierto silencioso, y la gente que aún estaba alrededor no podía dejar de reír al ver cómo el camello más veloz del Sahara ahora competía en una carrera de siestas. Algunos nómadas se acercaron, curiosos, y empezaron a contar chistes sobre cómo Zarabé había encontrado la forma de dormir más rápido que el viento en el desierto. La escena era tan absurda y encantadora que se convirtió en una leyenda entre las caravanas que pasaban por allí.
Los comerciantes, que habían estado tan impresionados con las habilidades de Zarabé en las carreras, ahora estaban igualmente fascinados por su capacidad para dormir en un abrir y cerrar de ojos. Se rieron y se prepararon para descansar bajo las estrellas, dejando que la calma del desierto cubriera el campamento.
Yo también me acomodé en la arena cerca de Zarabé, sintiendo que, a pesar del alboroto de la noche, había encontrado un raro momento de paz y diversión en medio del desierto. La fiesta se había desvanecido, pero la risa y el espíritu del evento seguían vivos en mi memoria.
Y así, queridos nietos, acaba esta historia. Mañana les contaré cómo con un espejo gigante hice que los Nazcas pensaran que sus geoglífos eran mapas de un tesoro perdido. Buenas noches y dulces sueños.