El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando me presenté en la Oficina Central del SDG (Sistema de Distribución de Gatos). Como uno de sus agentes, estaba acostumbrado a resolver casos extraños relacionados con felinos, pero nada me había preparado para el misterio que estaba a punto de enfrentar. Cuando entré, Doña Elena, la amable y siempre sonriente recepcionista, me saludó con una expresión de preocupación inusual.
"¡Buenos días, agente!", dijo, su voz tintineante habitual teñida de inquietud. "Tenemos un caso especial para ti". Me entregó una carpeta, sus manos temblando ligeramente. "Un gato alpinista llamado Mishi ha desaparecido mientras subía a la Montaña del Cielo".
"¿Un gato alpinista?", pregunté, sorprendido y curioso a la vez. "Eso no es algo que escuches todos los días. ¿Qué sabemos sobre él?"
"No mucho", respondió Doña Elena, bajando la voz como si temiera que alguien pudiera escuchar. "Pero parece que ha sido secuestrado por un grupo de ladrones que buscan gatos para venderlos en el mercado negro. Mishi es un gato muy especial, un escalador nato, y su dueño está desesperado por encontrarlo".
Me intrigó la idea de resolver un caso tan peculiar. Gatos perdidos, rescates en techos o árboles, e incluso investigaciones sobre extrañas desapariciones eran mi pan de cada día, pero la idea de un gato alpinista perdido en una montaña mística despertó mi curiosidad y espíritu aventurero. Decidí aceptar el desafío y comenzaba así mi investigación.
Primero, me dirigí al hogar de Mishi para aprender más sobre él. Su dueño, un hombre llamado Don Ernesto, me recibió con los ojos rojos de tanto llorar. En su sala de estar había docenas de fotos enmarcadas de Mishi escalando montañas, explorando cuevas y descansando en picos nevados.
"Mishi es mi compañero de aventuras", me dijo Don Ernesto con la voz entrecortada. "Es un gato fuera de lo común. Desde que era un cachorro, mostraba una habilidad asombrosa para trepar y explorar. No es como los demás gatos... es casi como un espíritu libre atrapado en el cuerpo de un felino. Hace unos días, decidimos escalar la Montaña del Cielo, pero en algún punto del ascenso, se adelantó y lo perdí de vista. Desde entonces, no he sabido nada de él".
Lo que Don Ernesto me dijo me dio una visión más clara de la situación. No se trataba de un gato ordinario, sino de uno con habilidades excepcionales. Sin embargo, sin más pistas, no sabía por dónde comenzar la búsqueda. Decidí que la montaña misma debía tener la clave. La Montaña del Cielo, conocida por sus abruptos acantilados y su clima impredecible, había sido fuente de leyendas durante siglos. Algunos decían que estaba encantada, que espíritus antiguos la habitaban, y que cualquiera que se aventuraba demasiado lejos nunca volvía a ser el mismo.
Sabía que no podía enfrentar ese reto solo, así que busqué la ayuda de Juan, un experimentado guía de montaña y escalador que conocía cada rincón de la Montaña del Cielo. Nos encontramos en un café cercano, donde Juan, un hombre de aspecto robusto y mirada tranquila, escuchó atentamente mi historia.
"¿Podemos subir a la Montaña del Cielo y buscar a Mishi?", le pregunté, sintiendo una mezcla de anticipación y temor.
"Podemos intentarlo", respondió Juan, su voz grave y serena. "Pero debes saber que es una ascensión peligrosa. Esa montaña es impredecible, y el clima puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Si Mishi sigue ahí arriba, lo encontraremos. Pero debes estar preparado para lo peor".
El día siguiente, al amanecer, nos dirigimos a la base de la montaña. El aire era fresco y cargado de humedad, y una espesa neblina cubría las cimas, dándole a la Montaña del Cielo una apariencia casi irreal. Juan me entregó equipo de escalada, me enseñó cómo usarlo, y comenzamos el ascenso.
La montaña era tan majestuosa como peligrosa. Las paredes de roca negra parecían interminables, y la niebla que se levantaba desde los abismos nos envolvía, creando una sensación de aislamiento total. Mientras subíamos, Juan me contó historias de escaladores que nunca habían regresado, de tormentas repentinas que barrían las laderas y de criaturas misteriosas que algunos decían haber visto.
Después de varias horas de arduo ascenso, alcanzamos una zona donde la niebla se volvió más densa. Juan me informó que estábamos cerca del vértice de la montaña, pero la visibilidad era casi nula. "Este es el punto más peligroso", dijo. "Si el viento se vuelve más fuerte, podríamos perder el camino".
"¿Y si eso pasa?", pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
"Tendremos que esperar", respondió. "La niebla puede ser traicionera, pero tengo una linterna que nos guiará cuando sea seguro avanzar".
Nos sentamos en una pequeña repisa, rodeados de un silencio abrumador, solo roto por el silbido del viento. El tiempo pareció detenerse mientras esperábamos que la niebla se disipara. Finalmente, después de lo que parecieron horas, la niebla comenzó a levantarse lentamente. Fue entonces cuando vi algo en la distancia: una pequeña silueta moviéndose cautelosamente entre las rocas.
"¡Mira!", exclamé. "¡Allí, hay algo!"
Juan entrecerró los ojos y asintió. "Parece un gato, pero no estoy seguro si es Mishi. Vamos a acercarnos con cuidado".
Nos deslizamos por las rocas, avanzando hacia la figura. Mi corazón latía con fuerza, la idea de encontrar a Mishi después de tanta incertidumbre era emocionante. Pero al llegar más cerca, me di cuenta de que era otro gato, no Mishi. Era un gato de pelaje oscuro, con cicatrices que hablaban de una vida difícil, y estaba visiblemente herido.
"¿Quién será?", me pregunté en voz alta.
"No lo sé", respondió Juan con suavidad. "Pero está claro que necesita ayuda".
Me acerqué al gato y, con cuidado, lo recogí en mis brazos. Estaba débil, pero sus ojos aún mostraban una chispa de vida. "Tenemos que ayudarlo", le dije a Juan. "No podemos dejarlo aquí".
"De acuerdo", respondió Juan. "Lo llevaremos con nosotros. Pero debemos tener cuidado, aún no sabemos si Mishi está cerca".
Mientras nos preparábamos para descender con el gato herido, un sonido suave pero distintivo llegó hasta nosotros desde las profundidades de la montaña. Era un maullido, pero no uno cualquiera; era un maullido que parecía expresar alivio, como si estuviera llamando a alguien conocido.
"¿Oíste eso?", pregunté, mi corazón saltando un latido.
"Sí", respondió Juan, con una leve sonrisa. "Creo que es él".
Nos quedamos en silencio, esperando escuchar nuevamente el sonido. Y allí estaba, más cerca esta vez. Mishi, el gato alpinista, emergió de entre las sombras, su pelaje desordenado y su andar cauteloso. Parecía haber pasado por una dura prueba, pero estaba vivo, y eso era todo lo que importaba.
"¡Mishi!", exclamé, aliviado y emocionado al mismo tiempo. "¡Lo logramos, te encontramos!"
Mishi se acercó a nosotros con una curiosidad tranquila en sus ojos. Había sido un largo y difícil camino, pero había encontrado el camino de regreso. Lo recogí con cuidado, y mientras lo sostenía, sentí una profunda satisfacción por haber completado nuestra misión.
El descenso fue mucho más tranquilo, con Mishi y el otro gato a salvo en nuestros brazos. Cuando finalmente regresamos al hogar de Don Ernesto, la emoción en su rostro fue indescriptible. Mishi estaba de vuelta, y el otro gato también encontró un nuevo hogar, uno donde sería cuidado y amado.
Unos días después, recibí una nota de felicitación de la Oficina Central del SDG. "¡Bien hecho, Agente!", decía. "Has demostrado que eres uno de los mejores agentes del SDG. No solo has encontrado a Mishi, sino que también has salvado otra vida en el proceso".
Me sentí orgulloso de lo que habíamos logrado, no solo por haber resuelto el caso, sino por haber ayudado a esos dos gatos a encontrar un lugar seguro. Mientras reflexionaba sobre todo lo que había sucedido, no pude evitar sonreír. El caso de Mishi, el gato alpinista, siempre sería una de las aventuras más emocionantes y gratificantes que había tenido el privilegio de vivir.