Había una vez, en una tierra lejana y extrañamente plana, un dragón llamado Efraín. Efraín no era el típico dragón que escupía fuego y acumulaba montañas de oro. No, él tenía una pasión secreta y bastante inusual para su especie: los libros.
Efraín vivía en una cueva en la ladera de una montaña llamada Monte Murmullos, que tenía la particularidad de murmurar sus secretos al oído de cualquiera que se atreviera a escuchar. Los otros dragones de la región pensaban que Efraín era un poco raro, y eso es mucho decir para criaturas que suelen tener una inclinación por el dramatismo y las joyas. Mientras sus congéneres se enzarzaban en debates sobre cuál era la mejor técnica para asar a un caballero, Efraín se deleitaba con la poesía y la prosa.
Una noche, mientras Efraín leía un polvoriento tomo titulado "El Arte de la Bibliotecología", algo hizo clic en su mente. ¿Por qué no convertirse en bibliotecario? Era perfecto: podía vivir rodeado de libros, ayudar a otros a descubrir el placer de la lectura, y tal vez incluso, solo tal vez, encontrar el legendario "Libro de los Sabios", que se decía contenía todas las respuestas del universo. Bueno, al menos, casi todas.
El primer paso de su plan maestro era encontrar una biblioteca que necesitara un bibliotecario, y sabía exactamente a dónde ir: la Gran Biblioteca de la Ciudad de los Susurros. La Ciudad de los Susurros era famosa por dos cosas: sus intrincados sistemas de canalización de agua y su inigualable biblioteca. Efraín empacó algunos libros de su colección personal, ajustó sus gafas de lectura (sí, era un dragón con gafas de lectura) y emprendió el vuelo hacia la ciudad.
La llegada de un dragón a la Ciudad de los Susurros no pasó desapercibida. La gente estaba acostumbrada a ver todo tipo de personajes extraños, pero un dragón con gafas de lectura y una mochila llena de libros era una novedad incluso para ellos. Efraín aterrizó suavemente frente a la Gran Biblioteca, un edificio tan viejo y lleno de historias que parecía murmurar leyendas de épocas pasadas.
Al entrar, fue recibido por la bibliotecaria jefe, una mujer menuda y anciana llamada Doña Libris, cuya mirada podía taladrar a través del más denso de los manuscritos. Efraín, con toda la formalidad de un académico, se presentó.
—Soy Efraín, el dragón lector, y deseo postularme para el puesto de bibliotecario.
Doña Libris levantó una ceja con la destreza de alguien que ha pasado toda una vida levantando cejas ante propuestas insólitas.
—¿Un dragón? ¿Bibliotecario? —dijo ella, mientras sus ojos recorrían la figura escamosa de Efraín—. Esto será interesante.
Sin embargo, después de una conversación (y una demostración de su capacidad para devolver libros a los estantes más altos), Doña Libris decidió darle una oportunidad. Pronto, Efraín se encontraba en medio de estanterías infinitas, ordenando libros con la precisión de un relojero y la pasión de un poeta.
Los ciudadanos de la Ciudad de los Susurros comenzaron a acostumbrarse a ver a Efraín en la biblioteca. Los niños se sentaban a su alrededor, fascinados por las historias que les contaba. Efraín no solo les leía libros, sino que les añadía su propio toque dramático, haciendo voces y, de vez en cuando, un pequeño espectáculo de luces con su aliento de dragón.
Pero no todo era tan sencillo como organizar libros y contar historias. Una noche, mientras Efraín exploraba los pasillos más oscuros y polvorientos de la biblioteca, se topó con una puerta cerrada con un enorme candado oxidado. Un cartel desgastado colgaba sobre la puerta, diciendo: "Solo para los más valientes".
Efraín, con la curiosidad típica de un dragón bibliófilo, decidió que debía investigar. Utilizando una combinación de sus garras y algo de ingenio, logró abrir la puerta. Detrás de ella encontró una sala oculta, llena de libros antiguos y olvidados. En el centro de la sala, sobre un pedestal, estaba el legendario "Libro de los Sabios".
Con reverencia, Efraín tomó el libro y comenzó a leer. Las páginas estaban llenas de sabiduría, pero también de enigmas y acertijos. Efraín pasó días enteros desentrañando sus secretos, hasta que llegó a la última página. Allí, en letras doradas, estaba escrita una sola frase: "La verdadera sabiduría no se encuentra en los libros, sino en compartirlos".
Efraín sonrió. Sabía lo que debía hacer. Desde ese día, la Gran Biblioteca de la Ciudad de los Susurros se convirtió en un lugar de reunión para todas las criaturas, grandes y pequeñas. Efraín organizaba lecturas, talleres y debates, y la biblioteca floreció como nunca antes.
Y así, el dragón que quería ser bibliotecario encontró su verdadero propósito. No solo custodiaba los libros, sino que también compartía el conocimiento y la alegría de la lectura con todos los que cruzaban las puertas de la Gran Biblioteca. Porque, después de todo, la sabiduría es un tesoro que se vuelve más valioso cuanto más se comparte.