Había una vez, en un rincón olvidado del mundo, un dragón que no era como los demás. En lugar de rugir como trueno y lanzar llamas voraces, nuestro amigo tenía un pequeño, pero problemático, "calor interno". Su nombre era Dracurito, y él se encontraba en una encrucijada: quería ser temido, pero su único poder era escupir cubitos de hielo. En un mundo donde los dragones eran temidos y reverenciados por su fuego ardiente, Dracurito se sentía un poco... ¿cómo decirlo? ¡Frío!
Dracurito vivía en una cueva en la cima de la Montaña de los Desvaríos, una montaña tan alta que los pájaros necesitaban bocadillos para hacer el viaje. La cueva estaba decorada con cristales de hielo que brillaban como estrellas en una noche despejada, y su suelo estaba cubierto de suaves alfombras de nieve. Aunque su hogar era hermoso, Dracurito a menudo se sentía triste, pues soñaba con ser el dragón más temido del reino.
Un día, mientras Dracurito se miraba en un charco de agua cristalina, murmuró para sí mismo: "Si tan solo pudiera escupir fuego como todos los demás dragones, podría atemorizar a los humanos y ganar su respeto". Pero en su lugar, cada vez que abría la boca, ¡salían cubitos de hielo!
Así que, con un profundo suspiro, Dracurito decidió que ese verano sería diferente. Había escuchado rumores de un festival que se celebraba en el pueblo cercano, y pensó que, si podía impresionar a todos allí, tal vez encontraría su lugar en el mundo. Después de todo, el festival de verano era famoso por sus juegos, sus dulces y, lo más importante, por sus helados.
El día del festival llegó, y Dracurito se preparó. Se cepilló las escamas (a veces se pasaba un poco con el cepillo y le dejaba la cabeza un poco puntiaguda, pero eso lo hacía ver más feroz), se ajustó una capa hecha de nubes y salió de su cueva con la esperanza de que aquel día cambiaría su destino.
Cuando llegó al pueblo, se encontró con un bullicio de risa, música y el aroma delicioso de la comida. La plaza estaba llena de gente, y todos estaban disfrutando de las atracciones. Había una montaña rusa hecha de palitos de helado, un concurso de comer pasteles que hacía que todos se ensuciaran, y, por supuesto, una gran competencia de globos de agua. Dracurito observó desde la distancia, su corazón latiendo con fuerza. Si él pudiera hacer algo impresionante, tal vez podría asustar a la gente y ganarse su respeto.
Decidido, se acercó a un grupo de niños que jugaban con globos. "¡Hola, pequeños humanos!", dijo Dracurito, tratando de sonar amenazador. Pero solo consiguió que los niños se giraran y lo miraran con ojos llenos de asombro.
"¡Un dragón! ¡Mira, un dragón!", gritó uno de ellos. Los demás niños comenzaron a reírse y a correr hacia él, pero no con miedo, sino con entusiasmo.
Dracurito, un poco confundido, pensó que era su oportunidad. "¡Soy el dragón más temido de la Montaña de los Desvaríos! ¡Temedme!" Pero al abrir la boca, en lugar de un rugido espeluznante, salió una ráfaga de cubitos de hielo que cayeron sobre los niños. Los cubitos rebotaron suavemente en el suelo y, en lugar de aterrorizar a los pequeños, les ofrecieron una inesperada lluvia refrescante.
Los niños comenzaron a reír aún más. "¡Mira! ¡Cae nieve del dragón!" Y sin pensarlo dos veces, comenzaron a recoger los cubitos y a lanzarlos entre ellos como si fueran bolas de nieve en un cálido día de verano. Dracurito, atónito, se dio cuenta de que no estaba asustando a nadie. En cambio, se había convertido en el héroe de la fiesta, ¡el dragón que traía la nieve!
A medida que el día avanzaba, Dracurito se unió a los niños en su juego. Cada vez que escupía cubitos, más y más personas se acercaban a ver al dragón especial. A unos metros de allí, la señora Mermelada, la pastelera del pueblo, lo miraba con curiosidad. "Si este dragón puede refrescar a los niños, ¿por qué no lo usamos para hacer helados?", pensó.
Así que, con una sonrisa traviesa, la señora Mermelada corrió hacia Dracurito y le dijo: "¡Querido dragón! ¿Te gustaría ayudarme a hacer el mejor helado del mundo?".
"¿Yo? ¿Ayudar a hacer helado?", preguntó Dracurito, casi incrédulo. Pero, sintiendo el calor de la emoción, aceptó la oferta.
Juntos, la señora Mermelada y Dracurito comenzaron a mezclar los ingredientes. Ella proporcionaba frutas frescas, azúcares y sabores, mientras que Dracurito añadía cubitos de hielo a la mezcla. Cuando la combinación estuvo lista, Dracurito, con un soplo helado, enfrió la mezcla hasta que se convirtió en un delicioso helado suave.
Pronto, una fila de niños y adultos se formó frente a la mesa. "¡Prueba el helado del dragón!", gritó la señora Mermelada. "¡Es el más fresco de todos!"
Cuando el primer niño dio un bocado, su rostro se iluminó como un árbol de Navidad. "¡Es el mejor helado del mundo!", exclamó, y pronto todos estaban corriendo a probarlo. Dracurito se sintió muy feliz. En lugar de ser temido, se había convertido en un héroe, ¡y todo gracias a su calor interno!
El festival siguió y las risas resonaban por doquier. Dracurito se dio cuenta de que no necesitaba escupir fuego para ser especial. En su lugar, había encontrado su propósito: traer alegría y frescura a la gente del pueblo. Las risas se multiplicaron, y Dracurito incluso se unió a una carrera de sacos, aunque con sus alas grandes y su cuerpo voluminoso, se deslizaba más que saltaba. Pero nadie se rió de él; al contrario, todos vitoreaban su esfuerzo.
Sin embargo, mientras todos se divertían, un repentino estruendo sacudió la plaza. Un grupo de caballeros llegó, sus armaduras brillando bajo el sol. "¡Alto! ¡Dragón peligroso!", gritó uno de ellos, con su espada apuntando hacia Dracurito. Todos los que estaban disfrutando del festival se detuvieron en seco, y Dracurito sintió que su corazón se encogía.
Pero, antes de que pudiera asustarse, los niños comenzaron a reír. "¡No, no, no! ¡Este dragón no es peligroso! ¡Es el dragón de los cubitos!", gritó uno de ellos. Y, sin pensarlo dos veces, Dracurito lanzó una ráfaga de cubitos de hielo hacia los caballeros.
Los caballeros, sorprendidos, se encontraron cubiertos de hielo y empezaron a deslizarse por el suelo como si fueran patinadores sobre hielo. Las risas llenaron el aire, y los caballeros, que inicialmente habían venido a capturar al dragón, terminaron uniéndose a la fiesta. Se quitaron las armaduras y comenzaron a jugar en la nieve que Dracurito había creado.
Al final del día, mientras el sol se ponía y el cielo se teñía de colores cálidos, Dracurito se dio cuenta de que había encontrado no solo su lugar en el mundo, sino también amigos. Todos lo aclamaban, y la plaza estaba llena de alegría. "¡Viva Dracurito, el dragón de los cubitos!", corearon los niños y adultos.
Y así, Dracurito no se convirtió en el dragón que temían, sino en el dragón que todos querían. Aprendió que ser diferente no era algo malo; al contrario, lo convirtió en el héroe del verano. Desde aquel día, en cada festival, Dracurito sería el protagonista, escupiendo cubitos de hielo y trayendo sonrisas a todos