En un pequeño y tranquilo pueblo, donde las tardes soleadas se disfrutaban con helados y risas, vivía un niño llamado Lucas. Lucas, de 7 años, era conocido por su gran imaginación y su amor por los helados de chocolate. Un día, después de haber esperado pacientemente en la fila, recibió su helado favorito en un recipiente, pero ¡oh, desdicha! El heladero se había olvidado de darle una cuchara.
Mientras Lucas miraba su helado derretirse, sin saber cómo comerlo, decidió recurrir a un antiguo libro de hechizos que había encontrado en el ático de su abuela. Con la inocencia de un niño y la esperanza de encontrar una solución, pronunció un hechizo al azar. Para su sorpresa, y la de todos en el parque, apareció ante él un demonio de aspecto impresionante pero amigable.
El demonio, que se llamaba Azaroth, se agachó para quedar a la altura de Lucas. "¿Por qué me has invocado, pequeño humano?" preguntó con una voz que retumbaba como un trueno lejano. Lucas, sorprendido pero decidido, le explicó su trágica situación. Azaroth, que nunca había sido invocado por algo tan trivial, no pudo evitar sonreír. Decidió ayudar a Lucas, no solo a conseguir una cuchara, sino a enseñarle una valiosa lección al descuidado heladero.
Juntos, elaboraron un plan. Azaroth, con sus poderes mágicos, transformó el helado de Lucas en un helado parlante. Cuando el heladero se acercó, preocupado por la aparición del demonio, el helado comenzó a hablar. Le dijo al heladero lo importante que era prestar atención a los detalles y cómo su olvido había causado una gran tristeza a Lucas.
El heladero, asombrado y un poco asustado, pidió disculpas a Lucas y le prometió que nunca más se olvidaría de la cuchara. Además, le regaló a Lucas un pase para helados gratis durante todo el verano.
Azaroth, satisfecho con la lección impartida, se despidió de Lucas, no sin antes recordarle que los hechizos y la magia deben usarse con responsabilidad. Lucas, agradecido, prometió usar el libro de hechizos solo para el bien.
Desde ese día, el heladero nunca olvidó poner una cuchara con cada helado, y Lucas disfrutó de su verano con un sinfín de helados gratis. Y aunque nunca más volvió a invocar a Azaroth, siempre recordó la aventura con el demonio que le enseñó que, a veces, los problemas más pequeños pueden tener soluciones mágicas.