En el peculiar pueblo de Monte Lirio, donde las nubes parecían de algodón de azúcar y los ríos susurraban secretos, había una antigua ermita conocida como la Ermita Risueña. Este lugar era famoso por su inquilino peculiar: Cucú, un cuco que no solo cantaba, sino que también era el guardián de las sorpresas del pueblo.
Los habitantes de Monte Lirio murmuraban entre risas que el canto de Cucú anunciaba eventos extraordinarios, desde la llegada de los patos bailarines hasta las inusuales tormentas de confeti. “Si Cucú canta a la luz de la luna, ¡prepárate para lo inesperado!”, advertían los mayores, mientras los niños, con los ojos bien abiertos, soñaban con aventuras.
Un día, un niño llamado Tico, que siempre llevaba en su mochila un sinfín de curiosidades (y un par de galletas de chocolate), decidió que era hora de conocer al famoso cuco. “¡Voy a descubrir lo que realmente canta!”, proclamó Tico, mientras sus amigos lo miraban con una mezcla de duda y respeto como si fuera un inconsciente.
Con su linterna decorada con dibujos de dragones y dinosaurios, Tico se aventuró hacia la Ermita Risueña. Al acercarse, una niebla juguetona comenzó a envolver la colina, como si el mismo viento quisiera jugar al escondite. Cuando llegó a la puerta, sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, como si un pez helado le hubiera dado un abrazo.
La puerta estaba un poco abierta, y el viento parecía decirle que entrara. “Quizás el viento sea el mensajero de Cucú”, pensó Tico, aún decidido a entrar. Cuando lo hizo, se encontró en un lugar polvoriento, lleno de sombras danzantes y ecos de risas. La linterna iluminó un altar cubierto de telarañas, donde un gran cuco con plumas de colores brillantes lo miraba fijamente.
“¡Hola, pequeño intrépido!”, dijo Cucú, su voz resonando como un canto alegre en la penumbra. “He estado esperando a alguien que se atreva a venir. ¡Y tú, amigo mío, eres el elegido!”
“¿Yo? ¿El elegido?”, replicó Tico, asombrado. “Pero, ¿por qué yo?”.
“Porque eres el primero en tener el valor de cruzar la puerta desde hace años. ¡Eso merece una celebración!”, exclamó Cucú, alzando las alas con un aire de gran ceremonia. “¿Listo para escuchar una historia?”.
Con un guiño, el cuco comenzó a contarle sobre su don. “Mi canto no presagia desgracias, ¡sino eventos extraordinarios! La última vez que canté, el pueblo recibió una lluvia de caramelos, y todos se llenaron de alegría. ¡No hay nada más dulce que eso!”, rió Cucú, haciendo que sus plumas brillaran con destellos de colores.
Tico no podía evitar reírse. “¿Así que tu canto es para cosas buenas? ¿Como caramelos voladores y fiestas sorpresa?”.
“Exactamente”, contestó Cucú con seriedad. “Y esta noche, tengo una sorpresa especial. ¡Vamos a hacer una fiesta de luces y risas!”.
Con eso, Cucú agitó sus alas, y la habitación se llenó de luces brillantes que danzaban al ritmo de una música imaginaria. Las sombras comenzaron a cobrar vida, y pronto se unieron a la fiesta. Tico, maravillado, se encontró bailando con un par de ratones con sudadera, que rapeaban como si fueran los mejores raperos del mundo.
Pero de repente, un estruendo sacudió la ermita. Tico dio un salto y se aferró a una de las patas de Cucú. “¿Qué fue eso?”, preguntó con los ojos muy abiertos.
“¡Solo el viento y una tormenta de alegría que viene!”, respondió Cucú, muy serio. “A veces, el viento tiene su propia manera de unirse a la fiesta”.
Así, con el cuco como maestro de ceremonias, Tico se dejó llevar por la música, disfrutando de cada momento. El viento soplaba con fuerza, y las luces iluminaban la ermita como si fueran estrellas en un cielo de verano. Tico se olvidó del miedo y se lanzó a bailar entre risas, mientras Cucú seguía contando historias de maravillas y sorpresas.
Finalmente, cuando la fiesta llegó a su clímax, Cucú levantó su pico hacia el cielo y dio un último canto. “¡Recuerda, pequeño amigo! Siempre que escuches mi canto, no temas, porque lo inesperado es solo una oportunidad para reír y disfrutar”.
Y así, Tico salió de la Ermita Risueña con el corazón lleno de alegría y una gran sonrisa en su rostro. Regresó al pueblo y, al contar su aventura, nadie le creyó, los niños comenzaron a reírse a carcajadas, pero Tico siguió pensando en las posibles travesuras que Cucú podría traerles la próxima vez.
Y así termina la historia de Tico y Cucú, el cuco que canta y en cada canto, siempre hay una historia lista para ser contada.