En el corazón de un extenso y verde prado, vivía una pequeña brizna de hierba llamada Brizolín. Era más joven y más pequeña que sus hermanas, pero lo que le faltaba en tamaño lo compensaba con sueños grandes y atrevidos. Brizolín soñaba con alcanzar el cielo, un deseo peculiar para una brizna de hierba cuya vida normalmente transcurría a ras del suelo, acariciada por el viento y bañada por la lluvia.
Brizolín pasaba sus días observando las nubes que flotaban perezosamente en el cielo azul. "Algún día", se decía a sí misma con determinación, "tocaré esas nubes tan esponjosas." Las otras briznas, que preferían hablar sobre el sol y la tierra, no entendían las ambiciones de Brizolín. "Es imposible", murmuraban entre sí, "una brizna de hierba no puede tocar el cielo."
Pero Brizolín no se dejaba desanimar. Cada día, se esforzaba por estirarse un poco más, intentando acercarse al cielo que tanto amaba. Su pasión y determinación eran tan fuertes que incluso la vieja encina del prado, que había visto muchas estaciones venir y ir, se sintió intrigada por esta pequeña brizna de hierba.
Una tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, la encina habló a Brizolín. "Pequeña Brizolín, veo tu esfuerzo y tu deseo. ¿Por qué anhelas tanto alcanzar el cielo?"
Brizolín, sorprendida de que un árbol tan majestuoso y sabio le hablara, respondió con sinceridad: "Siento que hay algo más allá de este prado, algo hermoso en el cielo que debo tocar y sentir. ¿No es maravilloso pensar en alcanzar las alturas y ver el mundo desde arriba?"
La encina, movida por las palabras de Brizolín, decidió ayudarla. "Mañana", dijo, "vendrá una amiga mía que tal vez pueda llevarte más cerca de tu sueño."
Al amanecer, una mariposa llamada Marivuelo visitó el prado. Era grande, con alas que brillaban con colores del arcoíris bajo el sol naciente. La encina le presentó a Brizolín, quien compartió su sueño con Marivuelo.
"¡Qué sueño tan especial!", exclamó Marivuelo. "Sube a mi espalda, Brizolín, y te llevaré tan alto como pueda volar."
Con cuidado, Brizolín se aferró a las suaves alas de la mariposa, y juntas ascendieron hacia el cielo. El prado se fue haciendo pequeño mientras ascendían, y Brizolín se maravillaba con cada centímetro que se elevaba del suelo.
Finalmente, alcanzaron una altura donde las nubes flotaban a su alrededor. Brizolín, con una mezcla de asombro y júbilo, extendió sus pequeñas hojas, tocando la suave textura de una nube. "¡Lo he logrado!", gritó feliz. "¡He tocado el cielo!"
Marivuelo sonrió, sabiendo que había ayudado a Brizolín a realizar su sueño. Juntas, disfrutaron de la vista desde lo alto, viendo el mundo desde una perspectiva que pocas briznas de hierba podrían imaginar.
Después de su increíble aventura, Marivuelo llevó a Brizolín de regreso al prado. La pequeña brizna de hierba, ahora realizada y feliz, contó a las otras briznas sobre su viaje y cómo había tocado las nubes.
Aunque al principio dudaban, las palabras de Brizolín y la presencia de Marivuelo convencieron a todas de que incluso los sueños más improbables pueden hacerse realidad. Brizolín se convirtió en una inspiración para todo el prado, un recordatorio de que no importa cuán pequeños seamos, nuestros sueños no tienen límites.
Brizolín continuó viviendo en el prado, pero ahora con un sentido de satisfacción y alegría que nunca había conocido antes. La encina y Marivuelo siguieron siendo sus amigos cercanos, y el prado se llenó de historias sobre la pequeña brizna de hierba que tocó el cielo y trajo esperanza a todos los que la rodeaban. Y aunque Brizolín ya no soñaba con alcanzar el cielo, porque ya lo había hecho, soñaba con nuevas aventuras y con la magia de creer que todo es posible.