Érase una vez, en un mundo donde los fantasmas flotaban alegremente y las risas resonaban como ecos, un pequeño fantasma llamado Glub. Glub no era un fantasma cualquiera; era un fantasma con un problema peculiar. Tenía miedo de los otros fantasmas. Mientras que los demás fantasmas se dedicaban a asustar a los humanos, hacer travesuras y reírse al unísono en noches de luna llena, Glub se escondía detrás de las cortinas polvorientas de su casa embrujada, sintiéndose más que un poco fuera de lugar.
La casa de Glub estaba situada en un rincón olvidado del bosque de las Zarzas, un lugar donde el viento rascaba y las hojas arañaban. Era un lugar que se había olvidado de la luz del sol, y las sombras bailaban felices como si estuvieran en un festival. Sin embargo, en la casa de Glub, todo era diferente. En lugar de un ambiente escalofriante y misterioso, había un aire de melancolía y risas ahogadas. Las paredes estaban cubiertas de telarañas que parecían reírse de él, y las luces parpadeaban con tristeza, como si estuvieran haciendo lo posible por iluminar su vida fantasmal.
Glub tenía un aspecto encantadoramente triste. Su cuerpo era un suave y esponjoso velo blanco que brillaba ligeramente en la penumbra, con un par de grandes ojos azules que parecían llenos de curiosidad y temor al mismo tiempo. La única cosa que asustaba a Glub era la idea de ser asustado por otros fantasmas. Se imaginaba a sí mismo enfrentándose a un fantasma con una larga cola que ondeaba y ojos que chisporroteaban, y se estremecía al pensar en eso. “¿Y si me gritan 'Boo' con un aliento espeluznante?”, pensaba. “¡Oh, no! ¡No podría soportarlo!”
Un día, mientras Glub se escondía en su rincón favorito, un lugar polvoriento detrás de un viejo retrato de una dama con un sombrero enorme, escuchó un bullicio fuera de su casa. Era el Día de las Risas Fantasmales, un evento muy esperado por los fantasmas del bosque. En este día, los fantasmas salían a hacer bromas y asustar a los humanos en un intento de darles un buen susto y, quizás, una buena risa. Glub temía salir. ¿Y si se encontraba con otros fantasmas? ¿Y si le gritaban “Boo”?
Mientras los ecos de las risas y los gritos se deslizaban por las grietas de su casa, Glub decidió hacer lo que mejor sabía: esconderse. Así que se acurrucó entre las telarañas, imaginando que era una bolita de polvo. “No me verán”, pensó con determinación. Pero, por más que se esforzara, el bullicio de la fiesta se hacía más fuerte, más cercano, y eso lo ponía cada vez más nervioso.
De repente, una sombra apareció en su ventana. Glub se asomó temeroso y vio a sus amigos, los otros fantasmas, todos flotando alegremente, cada uno con una decoración hilarante. Uno de ellos llevaba una escoba, pero no para barrer, sino como un caballito de madera, y otro estaba cubierto con un manto de purpurina que brillaba con la luz de la luna. El grupo se reía a carcajadas, disfrutando de la alegría de la noche. Glub sintió que su corazón se encogía. ¿Y si él también quisiera unirse a ellos, pero el miedo lo mantenía atrapado como una mariposa en una telaraña?
Finalmente, Glub decidió que era hora de enfrentar su miedo. "Después de todo", pensó, "soy un fantasma, ¡y se supone que debo asustar! Aunque, bueno, eso no es exactamente lo que quiero hacer..." Con un suspiro, salió de su escondite y decidió asomarse a la puerta, sólo un poco.
Al abrirla, la luna brillaba como un faro en el cielo y, por un instante, Glub sintió que todo era posible. Se deslizó fuera, su pequeño cuerpo blanco brillando tenuemente. ¡Pero se detuvo en seco! Ante él, había un grupo de fantasmas de lo más animado, todos danzando y riendo, y uno de ellos se acercó a él.
“¡Glub! ¡No te quedes ahí parado como una sombra!” decía uno de los fantasmas, que llevaba un sombrero de copa enorme, haciendo un gesto con su mano. “¡Únete a nosotros!”
Glub tragó saliva y se sintió tan pequeño como una gota de rocío. “¿Y si... y si me gritan?” pensó, sintiendo que su pequeño corazón palpitaba como un tambor descompasado. Pero antes de que pudiera retractarse, un fantasma con una cola brillante pasó volando por su lado, soltando un "Boo" divertido que resonó en la noche.
En un instante, Glub se dio cuenta de que no se asustó. En cambio, le pareció que la palabra "Boo" sonaba más como una invitación a la diversión que como un grito aterrador.
“Quizás… quizás no sea tan malo”, se dijo a sí mismo, y decidió dar un pequeño paso hacia adelante. Luego otro. ¡Y otro más! Así fue como, un poco titubeante, se unió a la fiesta de los fantasmas, flotando en medio de risas y juegos, sintiendo que cada momento se convertía en una chispa de alegría en su pequeño corazón.
Los fantasmas estaban lanzando chistes y trucos. Un fantasma lanzó un trozo de telaraña, que se convirtió en un brillante globo que voló hacia la luna. “¡Mira, Glub! ¡Atrapa el globo!” le gritaron. Glub, un poco inseguro al principio, se lanzó hacia adelante y, para su sorpresa, lo atrapó. La emoción le hizo brillar un poco más.
Y así, durante la noche, Glub se fue soltando. Danzaba, giraba y hacía acrobacias en el aire, riéndose junto con los demás. Unos fantasmas comenzaron a formar una cadena, mientras otros hacían un “Boo” en coro, creando una melodía que resonaba en la noche como un canto alegre. La oscuridad se llenó de risas y ecos de felicidad, y Glub se sintió más vivo que nunca. Su miedo se evaporó como una nube de humo en el viento.
Pero, por supuesto, la diversión no se detuvo ahí. Después de un rato, Glub propuso un juego: "¡Vamos a asustar a las ardillas del bosque!" A los otros fantasmas les encantó la idea. "¡Sí! ¡Vamos a ver quién puede asustar más ardillas!" Y así, como una bandada de aves de colores voladores, salieron hacia el bosque.
Mientras flotaban, cada uno de ellos trataba de hacer el sonido más extraño y divertido que podían. Glub se unió a ellos, pero su sonido sonó más como un “Glub, glub” que un “Boo” aterrador. Las ardillas, al principio, se asustaron, pero luego se detuvieron, miraron a los fantasmas y empezaron a reírse. "¡Qué extraños son estos fantasmas!", parecía que pensaban. Así, los fantasmas y las ardillas comenzaron a jugar juntos en el claro del bosque, saltando y corriendo, llenando la noche de una alegría desbordante.
Con cada risa compartida, Glub se dio cuenta de que había aprendido algo valioso: no había razón para tener miedo de los otros fantasmas. Todos eran diferentes y únicos, y cada uno traía su propia chispa a la fiesta. Sus corazones vibraban con la música del amor y la amistad. Mientras se llenaba de felicidad, Glub sonrió, sintiéndose como un verdadero fantasma por primera vez.
Las horas pasaron volando, y antes de que se dieran cuenta, la luna comenzaba a ocultarse tras las nubes, despidiéndose de su noche mágica. Mientras todos se preparaban para regresar a casa, Glub sintió una nueva confianza que nunca había sentido antes. Ya no era el pequeño fantasma asustadizo que solía ser. ¡Ahora era un fantasma divertido, un fantasma que sabía que la diversión era mucho más poderosa que el miedo!