En un rincón tranquilo del mundo, vivía Bastián, un niño que soñaba con llegar al espacio. Este sueño no lo vivía solo, pues su mejor amigo, Gaspar, y su fiel perro, Guido, compartían sus aventuras imaginarias. Juntos, pasaban horas imaginando misiones espaciales, diseñando naves en hojas de papel y leyendo sobre galaxias lejanas.
El cuarto de Bastián estaba repleto de dibujos de cohetes y planetas, y su gran sueño era claro: algún día se convertiría en astronauta, pero sabía que no sería fácil. Para lograrlo, debía trabajar mucho, estudiar y no rendirse nunca, aunque a veces el camino pareciera difícil. Gaspar, siempre optimista, lo apoyaba en sus planes, y Guido, con su energía desbordante, se unía a las fantasías de exploración espacial.
Un día, mientras imaginaban estar a bordo de su nave espacial, Bastián compartió sus pensamientos con Gaspar: —Gaspar, cuando sea astronauta, quiero que vengas conmigo, y Guido también.
Gaspar, sonriendo, asintió. —Claro que sí, pero tendremos que esforzarnos mucho para llegar a las estrellas.
Y así, comenzaban una nueva misión.
Bastián y Gaspar, ya astronautas experimentados, preparaban su nave espacial para un importante despegue. Ambos vestían trajes espaciales plateados y, a su lado, Guido llevaba un pequeño arnés espacial, listo para la aventura. El equipo se encontraba a bordo de una nave avanzada que ellos mismos habían ayudado a diseñar tras años de estudio y dedicación.
—Todos los sistemas listos—, informó Gaspar desde la cabina de control, ajustando los botones y revisando los monitores con seriedad.
—Motores preparados, tenemos permiso para despegar—, confirmó Bastián con firmeza.
La nave despegó, elevándose por encima de la Tierra, alejándose de todo lo familiar, rumbo a un planeta desconocido que aguardaba sus descubrimientos. En esta misión, su objetivo era explorar un planeta lejano llamado Auria, famoso por sus montañas brillantes y mares de luz. Sabían que llegar allí no había sido fácil; habían pasado muchos años de entrenamiento, largas horas de estudio sobre ingeniería espacial, y meses de preparación física para soportar las condiciones extremas del espacio.
Tras días de viaje, finalmente aterrizaron en Auria. El planeta tenía un cielo de tonos púrpura y dos lunas que brillaban suavemente en el horizonte. El paisaje estaba lleno de montañas que parecían hechas de cristales brillantes, y los ríos, como si fueran de pura luz, fluían con un resplandor dorado. Los tres amigos bajaron de la nave y comenzaron su exploración.
Gaspar caminaba cuidadosamente, recogiendo muestras del suelo, mientras Bastián analizaba el entorno con su visor. Guido, que tenía un olfato tan agudo como siempre, corría alegremente, descubriendo pequeños animales espaciales que parecían flotar en el aire como burbujas de colores.
—¡Guido, cuidado! —gritó Bastián mientras el perro perseguía una burbuja gigante que rebotaba por el campo.
Después de horas de trabajo y recolección de datos, la tripulación regresó a la nave. Exhaustos, se sentaron en el interior de la cabina, mirando por las ventanas las dos lunas que ahora brillaban intensamente en el cielo.
—Este es solo el principio—, dijo Gaspar, con los ojos llenos de orgullo y cansancio.
—Sí, pero llegar hasta aquí ha valido la pena—, respondió Bastián, sabiendo que este momento era fruto de su perseverancia y de todos los años de preparación y esfuerzo.
Pero de repente, el paisaje comenzó a desvanecerse suavemente. Las montañas de cristal, las burbujas flotantes y las dos lunas se disolvían como un dibujo al que le cae agua. El zumbido de la nave desapareció, y todo se fue sumiendo en una tranquila oscuridad.
Cuando la escena se disipó por completo, Bastián volvió a estar en su habitación, sentado junto a Gaspar y Guido. Ante él, había un cuaderno de dibujo lleno de imágenes de su viaje a Auria: montañas brillantes, su nave espacial, y los tres exploradores con sus trajes espaciales. En una esquina, había dibujado una pequeña frase: "Cada sueño comienza con trabajo y determinación".
Bastián sonrió mientras contemplaba su dibujo, sabiendo que, aunque aún no había llegado al espacio, su imaginación y su esfuerzo eran su primer paso hacia las estrellas.