En un valle donde el almendro florece en paz,
vivía Lluc, un niño con mirada audaz.
Escuchó un susurro en la brisa al pasar:
un dragón dormía, sin poder brillar.
Sus escamas grises, su fuego apagado,
nadie creía en él, se sentía olvidado.
Pero Lluc no dudó, llenó su morral,
con fe y una almendra, partió sin más.¡Dragón
de almendra, despierta ya!
Tu luz dorada aún está.
Una semilla, una canción,
encienden tu corazón.
Por caminos de olivos y piedra caliza,
bajo el canto del ruiseñor en la brisa,
llegó a la cueva tras el cerro azul,
donde reinaba un silencio cruel.
Le dio una almendra, fresca y redonda,
cogida con mimo de rama más honda.
Y cantó despacio, con voz de cristal,
una nana suave bajo el portal.¡Dragón
de almendra, despierta ya!
Tu luz dorada aún está.
Una semilla, una canción,
encienden tu corazón.
El dragón abrió los ojos al fin,
una chispa nació en su jardín.
Rugió como el viento entre flor y flor—
“Gracias, Lluc,” le dijo con amor.
Ahora cada primavera, al florecer,
los verás juntos, sin querer perder:
un niño y un dragón, al compás del viento,
bailando entre pétalos de contento.¡Dragón
de almendra, despierta ya…
tu luz dorada aún está…