En un pueblo pequeño, con campos y sol
Vivía Amalia, tejedora de corazón.
Su casa vibrante, llena de color,
Donde el hilo y la aguja tejían puro amor.
No hacía telas simples, no, era mucho más,
En cada urdimbre tejía sueños sin par.
Historias, deseos, que un alma pedía,
Amalia la maga, con dulce maestría.
Oh, el Tapiz de la Tejedora,
Un lienzo que el tiempo devora.
Montañas de seda, ríos de cristal,
La magia del futuro en un marco inmortal.
Sigue el hilo, sigue el hilo, nunca temas mirar,
Que la esperanza dorada te guiará al pasar.
Una tarde, llegó Clara, con ojos de miel,
Pidió ver su mañana, más allá del papel.
"Teje, Amalia, un futuro que pueda afrontar,
Que mi camino escondido quiero ya encontrar."
La tejedora sonrió, aceptó el desafío,
Escogió los colores de un cielo tardío.
Hilos que cambiaban, danzando al compás,
El tapiz cobraba vida, no quería esperar.
De repente, las imágenes cambiaron sin piedad,
Un bosque sombrío, sin luz ni claridad.
Una torre solitaria, envuelta en oscuridad,
Un aviso en la tela, una cruda verdad.
Amalia se entristece, mas Clara es valiente,
"¿Cómo enfrento esto?", pregunta de frente.
Inspirada por la niña, su espíritu gentil,
Amalia añadió un detalle, un toque sutil.
Tomó hebras de oro, que brillan sin fin,
Tejió un sendero que va desde el jardín,
Serpenteando la sombra, llegando hasta el torreón,
Símbolo de la luz que vence al gran temor.
Días y noches pasaron, la obra se acabó,
El mapa del alma, por fin, se mostró.
"Tu futuro es cambiante, como el hilo que ves,
Mas el hilo dorado síguelo, si quieres.
Coraje y esperanza, tu brújula será."
Clara se fue feliz, sabiendo que vencerá.
Y Amalia siguió tejiendo en su casa de luz.