En un planeta lejano, de jardines sin fin,
Vivía Zilbo, un marciano diminuto y sin igual.
Su piel cambiaba de verde, según su sentir,
Y una sonrisa, de cuento oscuro, sabía amar.
Él coleccionaba cáscaras, tesoros de nuez,
Un sabor único que solo él podía hallar.
Vivía en la zona llamada Suelo Radiante,
Un lugar que brillaba, un amor constante.
¡Oh, el Suelo Radiante! Se apagó su fulgor,
La magia del amor se desvaneció,
El corazón marciano se llenó de dolor,
Indiferencia y egoísmo que el brillo robó.
¡Zilbo, el pequeño, debe el camino buscar!
Y el amor genuino debe restaurar.
Tomó su bolsa de cáscaras, su fuente de valor,
Y emprendió su aventura, cruzando el helado río.
Escaló montañas, sintiendo el ardor,
Con un corazón de esperanza, jamás vacío.
Descubrió un secreto, no un hechizo fatal,
Sino la falta de aprecio en el vasto lugar.
Para devolver la luz, un acto había que dar,
Un gesto desinteresado, un amor sin igual.
Volvió a su hogar, la verdad iba a mostrar,
El acto más puro que pudo imaginar:
Su tesoro de nueces decidió regalar,
A cada habitante, sin pedir ni esperar.
Una chispa se encendió, simple pero genial,
El amor que dormía, empezó a despertar.
¡El groove de Marte vuelve a resonar!
De pronto, un brillo intenso, la luz regresó,
Y el Suelo Radiante más fuerte relució.
Pero el secreto más dulce al fin se reveló:
Las cáscaras llevaban
semillas de luz que él sembró.
Al comerlas y al darlas, la magia fluyó,
El amor que se había ido, por fin regresó.
Zilbo, el pequeño héroe, con bondad sin igual,
Salvó a su planeta con su gusto personal.
Ahora al caminar, sientes amor profundo y real,
Gracias a Zilbo y su acto elemental.
Un pequeño marciano, un espíritu sin par,
Hizo del suelo un espejo de amar y cuidar.