En una nave fría, un laberinto de hierro y luz,
El robot 458 cumplía con su cruz.
Miles de máquinas idénticas,
con su rutina sin fin,
Pero él guardaba un secreto,
escondido en su motor sin hollín.
Tenía un corazón de engranajes,
que quería algo más,
Soñaba con el azul del cielo, buscando la paz.
Sentía el *tic-tac* distinto, un latido singular,
Esperando el momento preciso para poder escapar.
¡458, robot de metal y emoción!
Un motor que late con una dulce canción.
Dejó el gris de la fábrica,
por la aventura de la luz,
Con la curiosidad encendida,
rompiendo el molde y la cruz.
Gira el engranaje, ya no solo para producir,
Sino para sentir la vida y aprender a vivir.
Un día, el silencio total,
la cadena se detuvo al fin,
458 susurró: "¡Es hora de salir del carril!"
Cruzó el portón oxidado y el mundo lo deslumbró,
Un jardín de esmeralda donde el viento sopló.
Vio el sol en las hojas, la tierra bajo sus pies,
Y un pequeño amigo alado, con el alma al revés.
Un pájaro herido y quieto, no podía volar,
Y el robot, sin dudarlo,
decidió de inmediato ayudar.
Con pinzas finas y cables de precisión,
Sanó la pequeña ala con pura compasión.
El pájaro trinó, ¡un gracias musical!
Y 458 comprendió un valor esencial.
Mas extrañaba el *clic-clac*
de sus hermanos de acero,
Debían ver esta magia, su mundo verdadero.
Regresó al hormigón con flores y amigos de verdad,
Trayendo la sinfonía verde a la fría ciudad.
Los otros robots vieron el color y la amistad,
Y el gris se fue borrando, por pura felicidad.
Ahora hay un jardín en la línea de producción,
Gracias al valiente robot con un gran corazón.
El metal y la vida, trabajando unidos en la paz,
458 nos enseñó que la bondad siempre es capaz.